En apenas tres meses se
nos han ido dos de los mexicanos que más huella dejarán para la posteridad:
Carlos Fuentes y Chavela Vargas. Aunque la segunda nació en Costa Rica y tuvo
que construir su futuro como cantante desde el seno más humilde; para ambos México
fue su casa. La herencia fue recíproca: crecieron allí y ayudaron a que creciera.
Ambos (junto con grandes amigos de la Chamana ‒como Carlos Monsiváis, Joaquín
Sabina, Felipe González, Frida Khalo, José Alfredo Jiménez‒), aparecen en el
reportaje que se adjunta al final de estas líneas.
Con
93 años, la “Chamana” no ha podido presenciar en vida el homenaje que su Tepoztlan
venía preparando para el próximo mes. Un polémico viaje a España, quizá, terminó
por agotar a una mujer que luchó durante toda su vida por los derechos humanos,
y que acabó con cientos de litros de tequila, siempre rodeada de amigos. Uno de
ellos, Pedro Almodóvar, decía que “desde Jesucristo, nadie había abierto los
brazos como ella”. Y es que llenaba de este modo ‒con su característico poncho
rojo y haciendo uso de una desgarrada voz que te llegaba directamente al alma‒
los escenarios más importantes del mundo. Aunque para ella, el Palacio de
Bellas Artes de México siempre ocuparía el primer lugar. Emblemático edificio donde
se le acaba de dar el último adiós, entre lágrimas y una tormentosa lluvia
(como era ella). “¿Quién pudiera reír como llora Chavela?”.
Sin embargo, el domingo
no fue un día del todo triste: aunque en una parte del atlántico cientos de “chaveleros”
se reunían junto al féretro (todavía sin incinerar) en un doble homenaje sin
precedentes; en la otra Usain Bolt hacía historia en la mejor carrera de 100
metros lisos que se recuerda. Y por si esto fuera poco, en Marte aterrizaba
(verbo que, tristemente, no se usa en el aeropuerto de Castellón) el “Curiosity”:
un robot que tiene como misión explorar la superficie del planeta rojo y ayudar
a acabar con el debate de si hay vida o no más allá de La Tierra. Como vemos,
unas páginas terminan de escribirse y otras empiezan; pero, algo está claro:
los versos (“el diario no hablaba de ti”) de Joaquín Sabina en “Eclipse de mar”,
no se cumplieron.
De
súbito, me desperté. Faltaban tres minutos para las ocho. Caminé hacia la
cocina mientras cruzaba las tres acuarelas de La commedia dell´arte que
adornaban el angosto y todavía lúgubre pasillo. Tres fueron también,
casualmente, las veces que estornudé mientras sacaba el trípode del microondas
e introducía la taza con leche.
Una
vez en la calle, conté ‒esquivando con meticuloso cuidado un cochecito con
trillizos‒ los pasos que separaban la puerta de mi casa de la del quiosco de
prensa: 33. Empezaba a obsesionarme con ese número. Así que, para pensar en
otra cosa, levanté el pisapapeles que impedía que las páginas de la prensa se
desbarataran con el viento, y alcé la portada de El País. En ella se leía el
siguiente titular: «Mueren 333 personas en un incendio». La paranoia empezó a
acrecentarse de tal modo que decidí regresar de espaldas a mi casa. No tenía
más que desplazarme desde la esquina hasta el número 3. Mi objetivo era volver
a emprender el rumbo hacia el quiosco con las zancadas más largas, con el fin
de reducir el número de pasos; y así, no sé por qué, quizá disminuyera el
número de muertos en el incendio.
A
medianoche, sudoroso y hambriento, abrí los ojos. Me levanté para ir a la
cocina. Curiosamente lo único que tenía en la despensa de mi piso de soltero
eran tres paquetes de “medias noches”. Tras frotarme durante unos segundos los
párpados, me alegré de que no tuviera “huesos de santo”.
El pasado viernes medio
planeta se sentaba frente al televisor para ver y oír (curiosamente en francés)
una ceremonia espectacular. Y digo espectacular porque los actos previos al
comienzo de los Juegos Olímpicos de Londres (aunque, ¡qué paradoja!: el día de
antes ya compitieron algunas disciplinas ‒como la desafortunada selección de
fútbol‒) tiene, además de la semejanza que presentan sendos membretes
(Prelopismo & Preolimpismo), rasgos comunes con la farándula y la
parafernalia que precedieron al teatro aurisecular del gran Lope de Vega.
Y
es que, tal y como sucedió hace 500 años, la antesala del certamen deportivo
más importante del mundo se llenó de luz, color, música, actuaciones, ensayos,
vestuario, público… y críticas; pues ambos eventos (Prelopismo &
Preolimpismo) son de indudable interés social. ¿Qué te parece la ropa de la
delegación mexicana durante el desfile? ¿Por qué el sistema sanitario cobró
tanta importancia? ¿Faltaron los Rolling Stones? ¿Cómo ves el pebetero?... son
algunas de los temas que más interés despertaron entre los seguidores de
twitter: una de las plataformas más en boga que, sin duda, distingue de forma
diáfana épocas tan lejanas, ya que las redes sociales han relegado la interacción
entre el público de tan variada índole que asistía a las obras de Torres
Naharro, Gil Vicente, Juan de la Cueva o Lope de Rueda. Muchos de estos imborrables
nombres de nuestra historia fueron pioneros en instaurar el género de comedia,
la separación de las obras teatrales en actos, las técnicas de representación,
los primeros esbozos de efectos ‒espaciales más que especiales‒. Del mismo modo
que el británico Danny Boyle (director y productor de cine) innovó una nueva
forma de mezclar una película con una actuación en vivo: el verosímil descenso
de la reina en paracaídas, la carrera de Mr Bean mientras se quedaba dormido
tocando el piano o los guiños a la literatura infantil y a la inconfundible
música británica servían de prólogo para algo grande, muy grande. Pues, ahora
mismo ¿hay algo que pueda unirnos a todos, arrinconando por un momento la prima
de riesgo, el fraude electoral o la guerra siria?
Es triste, pero a veces
los espectáculos (como ocurría tras la Edad Media y ahora) sirven para desprendernos
de la porquería que nos rodea. El teatro prelopista fue el inicio del más
valioso talento del que, hasta ahora (exceptuando al genio de Cervantes), ha
gozado nuestra cultura; mientras que el preolimpismo ‒es decir, lo que antecede
a los Juegos Olímpicos‒ será lo último antes de la gran catástrofe mundial que
pronosticaron antiguas civilizaciones. Hasta entonces, yo me quedo con la magia
que comparten ambos escenarios.