sábado, 30 de noviembre de 2013

Límites personales

Los límites de cada persona se entienden como una línea imaginaria que nos separa del resto para mantener una independencia que nos permita actuar, aprender y desenvolvernos, pero, al mismo tiempo, nos acerca a las personas que nos interesan, rompiendo y participando en otros espacios.

Estas características, no solo humanas ‒pues se ha comprobado que en los animales también existen‒, son culturales: atienden a las costumbres, tradiciones y condiciones espacio-temporales del individuo en el que se concretan. Partiendo de las reflexiones de Francisco José Navas, podemos hablar de seis razones para establecer límites:

1.      Por seguridad: permiten así un aislamiento que evita problemas, o, en el caso de sufrirlos, no te alcanzan de manera directa y tienes tiempo para hacerles frente con mayor preparación. Ej.: Si te encuentras a cierta distancia de alguien que lleva un café en las manos a punto de derramarse, tendrás más posibilidades de esquivar el líquido (seguramente caliente).

2.      Ser consecuente: no alejarse de tu compañero de clase un día, y al siguiente estar extremadamente cerca. Los límites con cada persona deben de ser estables, regulares; de lo contrario podría causar inquietud en el interlocutor o compañero.

3.      Estabilidad: la distancia con el resto te dota de un equilibrio, siempre que estos se respeten con seguridad y constancia. Estar junto a otros puede hacerte caer (por ejemplo, al descender unas escaleras de metro en hora punta) y viceversa: la soledad te “fragiliza” (en un día de viento, te zarandeas más cuanto mayores sean los límites que te rodean). De ahí que el contexto sea crucial para lograr la estabilidad.

4.      Por tratarse de un incentivo para relaciones sociales: la interacción social, junto con la alimentación, es una de las más importantes necesidades humanas. Si los límites de todas las personas fueran tan sólidos que no fuera posible romperlos, seguramente moriríamos; pues, la riqueza del contacto, además de hasta hace poco ser la única posibilidad para procrear, es garantía de placer e inteligencia (dos de las máximas que nos hacen crecer: ya que el disfrute a partir de los sentidos ‒sobre todo del tacto‒ y aprender del otro nos humaniza y nos perpetúa).

5.      Autovaloración: los momentos de soledad te permiten hacer cosas por ti mismo y satisfacerte por los resultados ‒en el caso de que estos sean positivos‒ o reflexionar sobre sus causas ‒si estos son negativos o no esperados‒. El crecimiento personal se basa en dos cimientos: los propios (lo que puedes aportar mediante la conexión con tu interior), y los ajenos.

6.      Valoración externa: cuando los anteriores análisis no son suficientes para realizar la mejora personal, es bueno que desde fuera de esos límites, te marquen el agrado o no, pues el juicio colectivo siempre será el más cercano a la objetividad y, por qué no, a la realidad.

Estación de metro de Ciudad de México como ejemplo de límites personales



En definitiva, los límites de cada persona forman parte del espacio que nos engloba, aísla y relaciona. Al tratarse de un arma de doble filo (favorable y perjudicial), es crucial establecerlos adecuadamente a partir de las razones que aquí hemos desarrollado.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Blue Jasmine, de Woody Allen: ¡Que no pare de contarnos!

El pasado fin de semana se estrenó en España la última película de Woody Allen: Blue Jasmine.

La historia es sencilla: dos “hermanas” tratan de rehacer y deshacer sus vidas en San Francisco; sin embargo, los diálogos, las caras, la música, el vestuario y la fotografía no. Woody Allen, pese a no participar en el reparto, crea y dirige los vaivenes de una viuda (Jasmine, encarnada por Cate Blanchet) que acaba de dejar de ser rica después de que su marido, Hal (Alec Baldwin), estafara a inocentes ciudadanos, entre ellos al marido de su hermana Ginger (Sally Hawkins). Este caso, inspirado posiblemente en el de Bernard Madoff, también podría simbolizar a muchas de las figuras que protagonizan los telediarios en nuestro país.

El acento, las costumbres y las manías de ambas sociedades (la alta y burguesa neoyorkina, “con buenos genes”, y la humilde e ingenua barriobajera) acaban contagiándose y creando escenas de lo más cómicas, cotidianas y, pese a ello, impensables: algo que Allen domina. Los temas sobre los que año a año se basan sus películas no cambian: el amor, el sexo, el adulterio, la muerte, la envidia, la codicia, las falsas apariencias, el engaño…; no obstante, el chiste, la gracia, la crítica y el dardo que satiriza el grotesco comportamiento humano está más fresco y afilado que nunca.

Muchos piensan que lo mejor de Woody Allen quedó en los ochenta, con películas como Annie Hall, Manhattan o Zelig, y quizá tengan razón, pero incluso la peor película, el relato menos pensado o el texto teatral más absurdo poseen un valor artístico al alcance solo de genios como Charles Chaplin o Rowan Atkinson. El talento de Allen radica en la capacidad para provocar risa a partir de comportamientos desagradables: es fácil hacer llorar (basta con mostrar algo cruel o trágico), pero es mucho más complejo conseguir que alguien se ría cuando se le muestra un tema tan presente en nuestros días como el fraude económico.

Hace un par de días, Cárles Gómez repasaba en El País  las actrices que han ocupado el papel principal en los trabajos de Woody Allen. Mención aparte merecen en este caso tanto Cate Blanchet como Sally Hawkins: ambas muestran de forma diáfana las diferencias sociales de la mujer estadounidense, y, por qué no, de la persona en general. Los problemas económicos son una excusa para tratar ámbitos más generales, como es la crisis moral que asola a la protagonista.

Cuando acaba Blue Jasmine, como ocurría con Vicky Cristina Barcelona (2008), Si la cosa funciona (2009), Medianoche en París (2011) o A Roma con Amor (2012), a uno le puede quedar la sensación de que la vida es demasiado corta para expresar todas las ideas, diálogos y reflejos que este Allen tiene en mente. Las historias son sencillas, es cierto, pero ¿no está ahí la grandeza?, ¿no es un mérito contar lo que ocurre en el mundo y que el público pague por verlo, sobre todo si existen promociones que abaraten las entradas de cine, como la de Yelmo en estos días (por 3,5 € la sesión)?


¡Que no pare de contarnos!


sábado, 16 de noviembre de 2013

Mañana de otoño


La nieve enmudece el canto de otoño.
Es penúltimo día de semana
y el primero que le cubren las canas,
antes de comer con su fiel retoño.

Por contra, montaña encuentra con moño
a través del cristal de la ventana
que atisba en la concurrida mañana,
tras ver, ¡ay!, por fin, ya limpio al madroño.

Enciende rápidamente la lumbre
para asar lomo, morcilla y chistorra
cuando blanca ya solo está la cumbre.

Entiende que su hijo Miguel no corra,
pero es tan tamaña la podredumbre...
que, finalmente, por curro se borra.