con el gran garlido de las gaviotas
a la vez que unas mías tazas rotas
se posan, con pesa, sobre la manta.
Los jóvenes se aclaran la garganta
mientras atisban, a lo lejos, flotas
partir a las frías aguas, remotas,
de este paisaje que ya no se achanta.
Como tampoco se amanta el rigor
con el que ambos, para sendos, persiguen,
con inusitado y amante rigor
antes de que las crudas se mitiguen
y atrapados por el perseguidor,
el espacio infinito de su origen.
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