La historia es
sencilla: dos “hermanas” tratan de rehacer y deshacer sus vidas en San
Francisco; sin embargo, los diálogos, las caras, la música, el vestuario y la
fotografía no. Woody Allen, pese a no participar en el reparto, crea y dirige
los vaivenes de una viuda (Jasmine, encarnada por Cate Blanchet) que acaba de
dejar de ser rica después de que su marido, Hal (Alec Baldwin), estafara a
inocentes ciudadanos, entre ellos al marido de su hermana Ginger (Sally
Hawkins). Este caso, inspirado posiblemente en el de Bernard Madoff, también
podría simbolizar a muchas de las figuras que protagonizan los telediarios en
nuestro país.
El acento, las
costumbres y las manías de ambas sociedades (la alta y burguesa neoyorkina, “con
buenos genes”, y la humilde e ingenua barriobajera) acaban contagiándose y
creando escenas de lo más cómicas, cotidianas y, pese a ello, impensables: algo
que Allen domina. Los temas sobre los que año a año se basan sus películas no
cambian: el amor, el sexo, el adulterio, la muerte, la envidia, la codicia, las
falsas apariencias, el engaño…; no obstante, el chiste, la gracia, la crítica y
el dardo que satiriza el grotesco comportamiento humano está más fresco y
afilado que nunca.
Muchos piensan que lo
mejor de Woody Allen quedó en los ochenta, con películas como Annie Hall, Manhattan o Zelig, y
quizá tengan razón, pero incluso la peor película, el relato menos pensado o el
texto teatral más absurdo poseen un valor artístico al alcance solo de genios
como Charles Chaplin o Rowan Atkinson. El talento de Allen radica en la
capacidad para provocar risa a partir de comportamientos desagradables: es
fácil hacer llorar (basta con mostrar algo cruel o trágico), pero es mucho más
complejo conseguir que alguien se ría cuando se le muestra un tema tan presente
en nuestros días como el fraude económico.
Hace un par de días,
Cárles Gómez repasaba en El País las actrices que han ocupado el papel principal en los trabajos de Woody Allen.
Mención aparte merecen en este caso tanto Cate Blanchet como Sally Hawkins:
ambas muestran de forma diáfana las diferencias sociales de la mujer estadounidense,
y, por qué no, de la persona en general. Los problemas económicos son una
excusa para tratar ámbitos más generales, como es la crisis moral que asola a
la protagonista.
Cuando acaba Blue Jasmine, como ocurría con Vicky Cristina Barcelona (2008), Si la cosa funciona (2009), Medianoche en París (2011) o A Roma con Amor (2012), a uno le puede
quedar la sensación de que la vida es demasiado corta para expresar todas las
ideas, diálogos y reflejos que este Allen tiene en mente. Las historias son
sencillas, es cierto, pero ¿no está ahí la grandeza?, ¿no es un mérito contar
lo que ocurre en el mundo y que el público pague por verlo, sobre todo si
existen promociones que abaraten las entradas de cine, como la de Yelmo en
estos días (por 3,5 € la sesión)?
¡Que no pare de
contarnos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario