Los límites de cada persona se entienden como
una línea imaginaria que nos separa del resto para mantener una independencia
que nos permita actuar, aprender y desenvolvernos, pero, al mismo tiempo, nos
acerca a las personas que nos interesan, rompiendo y participando en otros
espacios.
Estas características, no solo
humanas ‒pues se ha comprobado que
en los animales también existen‒, son culturales: atienden a las costumbres, tradiciones y condiciones
espacio-temporales del individuo en el que se concretan. Partiendo de las
reflexiones de Francisco José Navas, podemos hablar de seis razones para
establecer límites:
1. Por seguridad: permiten así un aislamiento
que evita problemas, o, en el caso de sufrirlos, no te alcanzan de manera
directa y tienes tiempo para hacerles frente con mayor preparación. Ej.: Si te
encuentras a cierta distancia de alguien que lleva un café en las manos a punto
de derramarse, tendrás más posibilidades de esquivar el líquido (seguramente
caliente).
2. Ser consecuente: no alejarse de tu compañero
de clase un día, y al siguiente estar extremadamente cerca. Los límites con
cada persona deben de ser estables, regulares; de lo contrario podría causar
inquietud en el interlocutor o compañero.
3. Estabilidad: la distancia con el resto te
dota de un equilibrio, siempre que estos se respeten con seguridad y
constancia. Estar junto a otros puede hacerte caer (por ejemplo, al descender
unas escaleras de metro en hora punta) y viceversa: la soledad te “fragiliza”
(en un día de viento, te zarandeas más cuanto mayores sean los límites que te
rodean). De ahí que el contexto sea crucial para lograr la estabilidad.
4. Por tratarse de un incentivo para relaciones
sociales: la interacción social, junto con la alimentación, es una de las más
importantes necesidades humanas. Si los límites de todas las personas fueran
tan sólidos que no fuera posible romperlos, seguramente moriríamos; pues, la
riqueza del contacto, además de hasta hace poco ser la única posibilidad para
procrear, es garantía de placer e inteligencia (dos de las máximas que nos
hacen crecer: ya que el disfrute a partir de los sentidos ‒sobre
todo del tacto‒ y aprender del otro nos humaniza y nos perpetúa).
5. Autovaloración: los momentos de soledad te
permiten hacer cosas por ti mismo y satisfacerte por los resultados ‒en el
caso de que estos sean positivos‒ o reflexionar sobre sus causas ‒si estos son negativos
o no esperados‒. El crecimiento personal se basa en dos cimientos: los propios
(lo que puedes aportar mediante la conexión con tu interior), y los ajenos.
6. Valoración externa: cuando los anteriores análisis
no son suficientes para realizar la mejora personal, es bueno que desde fuera
de esos límites, te marquen el agrado o no, pues el juicio colectivo siempre será
el más cercano a la objetividad y, por qué no, a la realidad.
Estación de metro de Ciudad de México como ejemplo de límites personales |
En definitiva, los límites de cada persona
forman parte del espacio que nos engloba, aísla y relaciona. Al tratarse de un
arma de doble filo (favorable y perjudicial), es crucial establecerlos
adecuadamente a partir de las razones que aquí hemos desarrollado.
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