viernes, 10 de octubre de 2014

Alguien dice tu nombre: Luis García Montero




El nombre nos da vida. Y viceversa. Mediante la expresión de las cosas, las dotamos de autonomía. Nada existe si no se nombra. ¿O sí? Las palabras y las cosas... Y viceversa.

Luis García en la presentación de Alguien dice tu nombre en CC.OO.  de Alicante
Fotografía de Dani Barbas
Esto fue lo que pensé al terminar de leer el último libro de Luis García Montero: Alguien dice tu nombre (Alfaguara, 2014). No sé por qué... En la novela no se dice esto, pero me vino a la mente en cuanto leí la página 226 y su “A mí me gustaría conocer París”. No creo que esté bien decir la última frase. De nada: ni de un libro, ni de una conversación, ni de una clase... Seguramente sea una mala costumbre. A veces no podemos refrenar ese ímpetu de ver cómo termina un libro cuando echamos un vistazo a las páginas. Pido pues que si he jodido a alguien con este “A mí me gustaría conocer París” (el cual comparto), que lo olvide. ¿Veis? No se puede. En el momento en que decimos el nombre, es, está y existe; los copulativos unen pues algo que empieza, como todo, en el nombre.

Juan A. Vázquez, en su último año de rector de la Universidad de Oviedo (2007), habló de esta importancia de lo nombrado a través de la palabra en su discurso de cierre en la investidura como doctores honoris causa a Ángel González y Juan José Millás:

Los conceptos que les identifican a ambos y con los que quisiéramos identificarnos son los de la palabra como motor de conocimiento, como factor de liberación y dique ante la soledad y la incomunicación humanas; de la palabra como elemento racionalizador de la vida; del uso de la palabra personal, íntima, próxima y al mismo tiempo de la palabra pública, comprometida, transformadora, concebida como instrumento para incidir desde la palabra en la realidad, incluso sin esperanza, pero con convencimiento.

El mismo Millás ‒del cual se ha hablado en este blog‒ disecciona este tipo de palabra en su novela El desorden de tu nombre (1988), mientras que el autor de Alguien dice tu nombre es un “motor de conocimiento” para liberar la “soledad” y la “incomunicación humanas” de una sociedad en destrucción, y, por ello, en construcción; ya que nada desaparece por mucho que se le cercene: a modo de cola de lagartija, incluso en la dictadura española de los 60 brotó un sentimiento de esperanza, unión y amor (claves del trabajo ‒en el mejor sentido de la palabra‒).

Luis García Montero (Granada, 1958) presentó Alguien dice tu nombre la semana pasada, el martes 1 de octubre, en la sede de CC.OO. de Alicante. Y nombrando los temas de la España de los años sesenta época de cambios en Europa y América revive una historia de amor por la literatura y de literatura del amor. El protagonista, León Egea ‒posible alter ego del autor‒, es un joven estudiante de Filosofía y Letras que trabaja en Granada durante el verano de 1963 vendiendo enciclopedias. En aquellos meses nos muestra un arte poética de la vida: en su desamparo y en su incertidumbre, nombres tan necesarios para la sociedad.



En Alicante, Luis dijo que se acordaba de su etapa en Granada, de su profesor de Literatura y del calor que desolaba la vida y las ideas (no necesariamente en ese orden); también nos contó que entonces jugaba a explicarse con tríadas de adjetivos, que ponía los nombres de la iglesia en minúscula porque sí, y porque quería ser peculiar, como Juan Ramón Jiménez y su política poética. Todo esto le empujó a mirar: aprender a escribir es aprender a mirar. No se concibe una cosa sin la otra. «Otra utilidad de la literatura: es un consuelo y una tabla de salvación» (106). Causalmente la protagonista de la historia se llama así: Consuelo. Ella es quien le enseña a utilizar la imaginación también para ponerse en el lugar del otro: la de cosas que uno aprende si se detiene un poco a pensar y a empatizar. León Egea, el joven estudiante de Filosofía y Letras que se atreve a nombrar, no tiene suficiente con ponerse mentalmente en el lugar del otro y decide emplearse como detective en su novelesca vida que empieza a escribir a modo de desahogo, de “tabla de salvación”. Sin embargo: 
Seguir a una persona a través de una ciudad es como leer filosofía. Uno mantiene el paso en el argumento, se sorprende, se para, deja de comprender, intenta aclararse, se orienta de nuevo y vuelve a ponerse en marcha. Siempre a merced de las cabezas ajenas. Da igual que sea Platón, san agustín, Descartes o Kant. Una persecución es como una lectura obligatoria. Hay que llegar hasta el final, hay que insistir, saber detenerse cuando llegan las interrupciones y echar a correr cuando vienen las prisas. (152)

También la novela rusa, la Francia de Georges Brassens, y la España de Mike Ríos y las generaciones del 98 y del 27 fueron formando un poso sobre el que se disuelven y enriquecen las ideas que presenta este fragmento de la obra de García Montero; del cual otros artistas dicen al respecto (tal como recoge la solapa del libro impreso ‒la negrita es mía‒):

«Tono sostenido, poderosa nostalgia, emoción delicada que no alza la voz, poesía escueta, ceñida...» (Octavio Paz)

«Parece capaz de contarnos, y de qué manera, lo que habíamos olvidado que sabíamos de nosotros mismos. Luis sirve para hacer afición, [...] para acercarse a las librerías porque ha salido un nuevo libro suyo» (Joaquín Sabina)

«Es uno de los pocos destinados a la letra grande de la historia de la literatura» (José Carlos Mainer)

«Desde que publicó su primer libro, García Montero ha defendido unos objetivos de invariable lucidez y ha logrado que su poesía remita con rigor minucioso a sus ideas estéticas... Y eso lo ha aproximado a lo que suele identificarse con un joven maestro» (José Manuel Caballero Bonald)

«Es desarmante, como tatas veces en García Montero, la ausencia de petulancia y simultánea ansiedad por ir desgranando en murmullos, sin levantar la voz, las esquinas de una vida particular a través de objetos y espacios recortables, que sin embargo contienen una mirada irónica y combativa, es decir, inteligente» (Jordi Gracia, Babelia, sobre Una forma de resistencia)


No obstante, Luisito alcanzó el nombre (con todas sus letras) a partir de su poesía. De ahí que responda de la siguiente manera a la pregunta ¿Qué dimensión social tiene la poesía?

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Dedicatoria
La vocación es el compromiso con la ciudadanía y el generador de una identidad. Hay que emancipar los sentimientos. Si queremos establecer un diálogo con los lectores, debemos de imaginarnos en el lugar del otro, para que este también haga lo propio. Según Rousseau, solo la imaginación moral nos ayuda a comprender al otro. Nuestra libertad exige una dimensión social (tan presente en Ángel González, por ejemplo). Aunque el telediario más manipulado puede generar o influir (a corto plazo al menos) más fuertemente que el mejor y más acertado poema del mejor de los poetas... a largo plazo, el compromiso poético-político puede producir un cambio social. Nada es más revolucionario que la transformación de los sentimientos y el amor. O eso es en lo que yo creo y confío. André Breton, en el Congreso Antifascistas de Valencia, abogaba por cambiar la vida y la historia, recíprocamente.

Sin duda el granadino lo consigue con la tesis de esta novela: los años 60-70 fueron la base de las mejoras y los derechos que actualmente (si nos dejan) disfrutamos en España.

Ahora entiendo por qué Luisito presentó el libro en CC.OO.

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