Cecilia Eudave (14)
El mes pasado Cecilia Eudave (Guadalajara, México,
1968) publicó un nuevo libro, Microcolapsos (Paraíso Perdido, 2017), donde da una vuelta de
tuerca a la «ficción», literalmente, y demuestra con lo inusual por qué es una
referencia en la narrativa mexicana.
Su ópera prima, Bestiaria vida (2008), mereció el Premio Nacional de Novela Corta
Juan García Ponce. Seguidamente destacan sus minificciones, Para viajeros improbables (2011), o sus
ensayos, Diferencias, alteridades e identidad (Narrativa mexicana de la primera mitad del siglo xx) (2015). Ha sido traducida al chino, coreano,
japonés, italiano, checo, inglés y portugués. Después de comentar los cuentos
que publica en España, En primera persona (2014), y su novela Aislados (2015), compartiremos algunas inquietudes que nos
ha despertado su reciente publicación, Microcolapsos.
La editorial tapatía Paraíso Perdido
recoge estos veintiún relatos breves en su colección Biblioteca instantánea. No
cometemos un delito si, como haremos más adelante, mostramos alguna de las
minificciones, pues: «Se autoriza la reproducción de este libro total o
parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal, sin fines
de lucro y citando
al autor y a la editorial»
(55). ¿No es ya este
peculiar permiso una historia digna de contarse? La inclusión de «futuro»
provoca un escalofrío a la vez que nos aporta una dosis de esperanza.
Son
cuatro las partes que estructuran los Microcolapsos eudavianos: «Intangibles
realidades», «El desencanto sutil de las cosas», «¿Sentencias o advertencias?»
y «De naturaleza insólita o imaginada». En cada una de ellas encontramos cinco
relatos (salvo en la tercera, que son seis; todos con título). Respectivamente,
advertimos la poética de la existencia, el habla de los objetos, el ensayo
cívico o la entramada y salvaje atmósfera borgiana de Eudave. Como
minificciones, las características comunes son el humor, la metaficción o la brevedad (una cartilla y media,
más o menos). Ahora bien, la dulce
incomodidad de la existencia, me parece, es el hilo conductor de los veintiún
textos alternos, enigmáticos, temerosos, interrogantes, empáticos, decisivos,
vengativos, escamosos, defensivos, infinitos, bochornosos, aforísticos,
videntes, verdaderos, linguales, concatenados, míticos, libres, misteriosos y
vitales.
A la autora de Papá Oso no le hace falta recurrir al adjetivo para describir el
hecho mental, y por tanto físico. Generalmente, la primera frase ubica a quien
lee. Así dice el que abre Microcolapsos, dedicado a Fernanda Reyes-Renata: «Me pasé media vida
cazando fantasmas» (5). ¿Quién nos habla? ¿Es una persona o una taza? ¿Una cama?
¿Cómo sabe exactamente que fue media vida? ¿Ya murió para comprobarlo? El final
sorprende a la vez que provoca una visión conjunta de lo dicho y lo no dicho.
He ahí la fuerza de lo breve. Cada texto es autónomo, se sostiene y forma una
especie de subversión de la especie. Comenzamos con el infierno, lo espiritual,
para llegar al origen de la vida, el paraíso. La paranoia explica, en parte,
lo inusual. Para una definición de lo inusual, veamos algunos trabajos de Carmen Alemany. A diferencia de lo fantástico, que surge en un nivel distinto al de la realidad
y que termina con la última línea del cuento, en Eudave dicha narración tiene
como base un juicio objetivo e innegable que continúa más allá de lo que leemos
debido al contacto con la realidad. Existe un vínculo directo con lo conocido
desde un prisma (pero también de un motivo) inusual, que no barajábamos. Por ejemplo, «Los
observadores» está pensado Para Adolfo
Weber y arranca de esta manera: «Esa noche Adolfo comentó que si te
despiertas entre las 2:30 y 3:30 de la madrugada sin razón alguna, existe un
ochenta y cinco por ciento de probabilidades de que alguien te esté mirando»
(11). Volvamos a lanzar algunas preguntas sobre este inicio (para no desvelar
los finales): ¿A qué noche se refiere con «Esa»? La catáfora nos mete de lleno
en una situación que, sin embargo, podemos poner indirectamente en boca de
Alfredo. ¿Es el mismo personaje que aparece en la dedicatoria? ¿Por qué nos
creemos lo inusual? Porque, entre otros detalles, la cifra no es sesenta ni
noventa; es ochenta y cinco, la especificidad otorga un cientificismo
irrebatible.
Sigamos con esta línea. El título
«Recuerdos de una taza» nos guía a la hora de encontrar el sujeto de nuevo en
la primera frase, cuyo adjetivo es más referencial que expresivo: «Cuando
estaba a punto de terminar de beber su café con leche, le corté el labio
inferior» (21). En esta ocasión la subordinada adverbial de tiempo («Cuando estaba a punto de...) trunca un
posible narrador omnisciente (contrario a lo inusual) e imita el significado de
la oración principal («le corté el labio inferior»), donde las palabras agudas («corté» e «inferior») marcan el tono, la voz, que
hace brotar y fluir lo demás.
La tragicomedia mexicana encuentra
aquí una grieta por la que observar de otro modo a la sociedad. La autora
critica las armas de la educación (25), el machismo imperante (32) o el mismo lenguaje (37). Veamos como muestra el relato que se titula «Al oído»:
Te voy a contar un cuento, dice. En él cabe toda
nuestra historia, acota. Voy a resumirla, sin preámbulos, sin desvíos, afirma.
La puedes escuchar de pie o apoyando la cabeza sobre la pared como cuando
deseas la proximidad de alguna esperanza, sugiere. O tal vez prefieras cerrar
los ojos e imaginarla a tu modo, como siempre.
−Ya,
cuéntala.
Se
acerca a mi oído y resume nuestra vida en una palabra: ficción, mientras sus
labios se alejan (36).
Los niveles de
enunciación, la enumeración verbal, la profundidad del asíndeton, la ironía, la
metaliteratura, el ritmo de la presentación, de la reflexión, el diálogo. Todo,
preciso, nos provoca una sonrisa mientras arqueamos las cejas: «la eternidad es
una palabra que no acaba de entenderse» (46).
Amante de la comida
mediterránea, Eudave acude al té, al café, al vino, a las frutas o a las
legumbres para brindarnos una historia cuyo final es solo el principio. Al
terminar de leer sus microrrelatos volvemos al punto de inicio; no por obtuso,
sino por circular. Las costuras no se ven. Los puntos y las comas unen
enumeraciones, sensaciones, tan secas como el Martini al que no le falta ni le
sobra nada.
La semana pasada, la tapatía
clausuró el Congreso Internacional de Literatura y Ecocrítica, en la Universidad de Alicante. Benito Elías García
Valero y Nieves Ruiz trabajaron su obra y Carmen Alemany presentó a Eudave para
su conferencia «Bestias y Bestiarios en la ficción mexicana». En este marco,
ambas contaron el proceso creativo de Microcolapsos.
Es importante por la función que tiene la literatura en este hueco que a veces
la academia no deja a la creación. Resulta que la escritora se encontraba hasta
arriba de trabajo y, siguiendo la recomendación de Alemany, escribió un relato
al final de cada día como respiro, premio... para no colapsar. A ella le dedica
el último cuento, De natura (48), en conexión
con la ecocrítica y los rizomas entre lo humano y lo inusual.
Carmen Alemany y Cecilia Eudave en el Congreso de Ecocrítica de la UA |
Microcolapsos es la pausa colaborativa; es decir, resulta el inciso que separa y profundiza en la realidad al servicio de la ficción. Los micro(co)lapsos se relacionan con lo abstracto desde la primera persona, singular y única. Cecilia Eudave cuenta hasta dos o hasta diez... veintiuno, en este caso; en esta, su casa.
En la revista de lo
breve Internacional Microcuentista
podemos disfrutar de una entrevista que Esteban Dublín le hizo a Cecilia
Eudave. En ella la autora apuntaba el bálsamo que supone la ficción, la
escritura, en momentos de colapsos. Así nació la que hasta el momento es su
obra más reconocida: «Entre esa época de colapsos narrativos y demandas
académicas se gesta mi novela Bestiaria vida».
Déjense llevar por la
escritora. Estos días participa en el III Congreso Internacional Visiones de lo Fantástico: “El horror y sus formas”, en la Universitat
Autònoma de Barcelona.
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