El oficio de
escribir lo defendieron y lo definieron Vargas Llosa y Javier Cercas este
viernes en el ADDA. El ciclo de conversaciones que viene organizando el
Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert durante estos cuatro años tuvo
como colofón un cartel que reunió a más de mil personas.
Un par de horas antes de que empezara
el acto, un par de señoras repartían números (que iban recortando al momento)
para formar la cola. Faltó papel.
Pilar Reyes, directora de la editorial
Alfaguara, moderaba la conversación entre Cercas y Vargas. Javier Cercas
explicó su relación con Vargas Llosa, a raíz sobre todo del éxito de su novela Soldados de Salamina, la cual el peruano
definió como literatura comprometida. Aunque en un principio esto le
horrorizaba a Cercas, reconoce que sirve para llenar el tiempo, para cambiar la
percepción del mundo del lector. El último libro de Cercas, El impostor, también incumbe al Nobel,
pues la historia de Enric Marco sorprendió a los dos. Vargas Llosa se pregunta
al respecto cómo puede un efecto positivo justificar un acto negativo. ¿Es
posible que algo tan horrible como la mentira quede en un segundo plano cuando
se defiende algo como la memoria histórica?
La novela atiende a distintos
parámetros según el autor y el lector. Incluso podríamos considerar a un
tercero, que sería el texto. Para Vargas Llosa la novela acierta cuando las
obsesiones personales del autor y las obsesiones de los lectores coinciden.
Ahora bien, según Cercas: si hay dos novelas con las mismas reglas, una es
mala.
El humor, como en sus libros, también
estuvo presente. Vargas Llosa considera que las novelas de Sartre son malas
porque no podían abandonar la inteligencia. Y es que si prima la inteligencia,
sin dejarse llevar por los instintos y el subconsciente que esquiva la razón de quien escribe, la novela no aporta más que filosofía (lo cual, sin duda, no es
poco).
Para Cercas, este desdoblamiento entre
el autor de novelas y de artículos o ensayos lo encarna Vargas Llosa. Según el
de Gerona, el novelista sabotea al ensayista. Le demuestra, con sus mismas
armas (el lenguaje), que la razón se desarticula con la ficción.
Los personajes preferidos de ambos son
el sargento Lituma (que siempre se ofrece a Vargas) y Conchi (la pitonisa de la
TV de Gerona que, en realidad, le denunció a Cercas).
Escribir es un logro para estos
afortunados, pero también implica un riesgo, un sufrimiento; de ahí que Cercas
entienda que Juan Rulfo, por ejemplo, dejara de escribir tras Pedro Páramo.
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