lunes, 24 de agosto de 2015

Lo que sé de Lo que sé de la lluvia

Los taxímetros son los sicarios del poeta

Subo a un taxi. Me siento cómodo, a la derecha. Todo está aparentemente en orden. Sin embargo, hay algo en el ambiente que me indica que esa carrera va a ser distinta. Lo compruebo cuando el taxista me mira por el espejo retrovisor y, en silencio, me pregunta dónde me lleva.
            Te sorprende el hombre que habla en la radio. Le pides groseramente que le dé volumen. Él, suavemente, lo sube. Te contagia su tranquilidad. Resoplas y cierras los ojos para escuchar la entrevista que están dando en «Hoy por hoy». Resulta que Daniel Díaz, un taxista madrileño cuyo blog nilibreniocupado fue elegido el mejor en lengua hispana por el diario 20minutos, acaba de publicar sus cien mejores relatos en Lo que sé de la lluvia.
            ¿Por qué he escrito lo anterior en segunda persona? Quizá porque conecta más contigo, conmigo quiere decir.
            Aprovechando que hay bastante tráfico, analizo al taxista. Se le ve cansado, con ganas de cambiar, de lo que sea, en cada momento. Tiene pinta de que le gusten los zoos cerrados por reformas, las bocas (de todo tipo), el sexo y sus alrededores, el alcohol en frascos pequeños. Apuesto a que le apasiona Sabina y le chifla Pulp Fiction. Le llaman de noche y vuelve de día. Le teme a la vida y ama a la gente. Tiene pinta de escribir: con el maniático humor negro de Millás; con la poesía corporal de Marwan. Sorprenden sus juegos de palabras, precisos y preciosos: «Misión amarte», «Dos punto celo», «Un anoche más», «Nadie es lo que merece», «Trending Trópico», «Matar dos pájaros de un trío», «Volarte la tapa de los besos», «Al bar por hablar», «Retroversos», «Un Cupido sin flecha de caducidad», «Mala saña», «Dos amantes y un después», «¿Realidad o fricción?», «Y sin embargo, me quiero». Atrae su prosa. Enamora su poesía. Acciona su humor. Entumece, dora, su sexo («embisto y no visto»). Acongoja lo que ve. Entusiasma lo que piensa:
            Imaginé su casa: «en la cocina encontré la Biblia y el Corán dentro del horno. En la nevera, Las edades de Lulú, La flaqueza del bolchevique y Lolita (metidos, los tres, en un táper). Más tarde, en el cuarto de baño, me topé con decenas de volúmenes (Moby Dick, El lobo de mar, Veinte mil leguas de viaje submarino, entre otros) apilados en el bidé».
            Entonces me propuse un efecto mariposa, desdoblarme en un payaso, amar a ciegas…
            Y no sé por qué coño (aunque solo puede ser uno) escribo esto, cuando debería (o podría) llamar a esa chica en la que me vengo reflejando desde hace años. Puedo y debo; en ese orden: lo que sé de Lo que sé de la lluvia es que ahora mismo salgo a mojarme, por dentro o por fuera, sin esperar a que llueva.
            Habíamos llegado a mi destino. Aquel taxista me llevó a mí mismo. Pero lo importante fue el trayecto.
            −Gracias, Daniel. ¿Cuánto te debo?
            Y entonces rompí a llorar

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