Tambaleo de vagones,
ronquidos anónimos,
olor a canónigos
que se concreta en sabores.
Intermitentes temblores,
crujidos recónditos,
paseos lánguidos
que aplazan mil sinsabores.
Miradas frecuentes,
chasquidos perennes…
y, de repente, una voz
nos alerta de la llegada a Albacete.
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