De
súbito, me desperté. Faltaban tres minutos para las ocho. Caminé hacia la
cocina mientras cruzaba las tres acuarelas de La commedia dell´arte que
adornaban el angosto y todavía lúgubre pasillo. Tres fueron también,
casualmente, las veces que estornudé mientras sacaba el trípode del microondas
e introducía la taza con leche.
Una
vez en la calle, conté ‒esquivando con meticuloso cuidado un cochecito con
trillizos‒ los pasos que separaban la puerta de mi casa de la del quiosco de
prensa: 33. Empezaba a obsesionarme con ese número. Así que, para pensar en
otra cosa, levanté el pisapapeles que impedía que las páginas de la prensa se
desbarataran con el viento, y alcé la portada de El País. En ella se leía el
siguiente titular: «Mueren 333 personas en un incendio». La paranoia empezó a
acrecentarse de tal modo que decidí regresar de espaldas a mi casa. No tenía
más que desplazarme desde la esquina hasta el número 3. Mi objetivo era volver
a emprender el rumbo hacia el quiosco con las zancadas más largas, con el fin
de reducir el número de pasos; y así, no sé por qué, quizá disminuyera el
número de muertos en el incendio.

No hay comentarios:
Publicar un comentario