miércoles, 1 de agosto de 2012

HUESOS DE SANTO




De súbito, me desperté. Faltaban tres minutos para las ocho. Caminé hacia la cocina mientras cruzaba las tres acuarelas de La commedia dell´arte que adornaban el angosto y todavía lúgubre pasillo. Tres fueron también, casualmente, las veces que estornudé mientras sacaba el trípode del microondas e introducía la taza con leche.

Una vez en la calle, conté ‒esquivando con meticuloso cuidado un cochecito con trillizos‒ los pasos que separaban la puerta de mi casa de la del quiosco de prensa: 33. Empezaba a obsesionarme con ese número. Así que, para pensar en otra cosa, levanté el pisapapeles que impedía que las páginas de la prensa se desbarataran con el viento, y alcé la portada de El País. En ella se leía el siguiente titular: «Mueren 333 personas en un incendio». La paranoia empezó a acrecentarse de tal modo que decidí regresar de espaldas a mi casa. No tenía más que desplazarme desde la esquina hasta el número 3. Mi objetivo era volver a emprender el rumbo hacia el quiosco con las zancadas más largas, con el fin de reducir el número de pasos; y así, no sé por qué, quizá disminuyera el número de muertos en el incendio.

A medianoche, sudoroso y hambriento, abrí los ojos. Me levanté para ir a la cocina. Curiosamente lo único que tenía en la despensa de mi piso de soltero eran tres paquetes de “medias noches”. Tras frotarme durante unos segundos los párpados, me alegré de que no tuviera “huesos de santo”.


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