martes, 20 de mayo de 2014

Estopa, asolas



El sábado 17 los hermanos Muñoz dieron un concierto en el Teatro Río de Ibi. A solas. Con dos guitarras y mucho juego llenaron la sala. Dos horas de palmeo y pataleo desde las butacas, con la incertidumbre de subir a cantar con ellos. Tras quince años de música, siguen trayendo algo nuevo: asolando a la crisis.

Unos “bosques” (falsos, recuerdan) a un lado, un bar (del que constantemente Alfonso les trae cervezas) al fondo, y unas sábanas casi santas donde se proyecta una zarza ardiendo, al otro. Buenafuente y Sabina están presentes. Dos amigos acompañan a otros dos. El sonido es limpio. Puro. Desde la última fila se aprecia la intimidad de los artistas que dicen sentirse a gusto en la ciudad donde los juguetes cobran vida, ¿en forma de ovnis? «¿Qué hay más bonito que hacer un juguete?» ‒pregunta David‒; «Jugar con él» ‒responde Jose‒.

Y así juegan: cambiando cómodamente de escenario, interactuando con el público, improvisando con ellos una orquesta brasileña. Conocen el camino ‒dicen‒. Y lo demuestran. El foco seleccionador se fija en un niño, Nicolás. Este no debe beber cerveza, así que, empujado por David, pide un “Nestil”. El teatro coreamos su nombre. Una chica también es seleccionada para sentarse en el bar de los Estopa, y se acuerda de su hermana: «Nosotros también somos inseparables». «No tenemos más sillas» ‒dice David, desafinado, como su guitarra‒. Cuentan chistes entre canción y canción. Muchas veces no se ríen más que ellos, quizá porque sus monólogos no llegan al final. Jose es comedido. No se corta la coleta. David se pasa de la raja de una falda. Recuerda a esos que, al beber, molestan. Pero es su forma de ser. No han cambiado. Y gustan.

Cantando en el parque junto a Cristina, Sandra, Mari Carmen y Nicolás

Obviamente se echa de menos alguna canción (como "La Primavera"), pero el solo hecho de sentarse y felicitar al Atleti por la Liga, tan culés; los sitúa en una dimensión que les ha dado el éxito. Pese a defender a los que madrugan para trabajar, ellos no tienen reparos en mancillar esas sábanas ‒con las que nos han vuelto locos, al caer la luna‒ con publicidad de marcas que no habían pagado los treinta euros de la entrada.

Estopa, a solas, asolas.


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