jueves, 31 de julio de 2014

Millás delimita las vidas



Seix Barral recoge en Vidas al límite (2012) los mejores reportajes publicados por Juan José Millás en El País semanal. La cotidianidad de la fama (Penélope Cruz, Pedro Almodóvar, Ronaldo y La Mala Rodríguez), la normalidad de lo anormal (en “Ciego por un día”, “Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera” u “Horror en Sierra Leona”), la necesidad de lo infravalorado (a través de quienes trabajan en el hogar de forma invisible para el sistema económico), las experiencias de inexpertos (en lugares exóticos como Nueva Delhi o Tokio), y hasta la vida de una mosca (el primero y quizá por ello el mejor de todos los textos de este libro) se conjugan casi formando una novela coja y acojonante de 19 capítulos, con prólogo de Ángel Gabilondo.


Millás en Hoy por hoy
Hace unos viernes, en el programa de Hoy por hoy, de la Cadena Ser, ‒donde suele colaborar Millás de 10 a 11 con recomendaciones poéticas, debates y entrevistas (entre otras muchas cosas)‒, él mismo denunciaba el cambio acentual que algunos apellidos sufren en boca o manos de otros, normalmente desconocidos. “De pequeño me llamaban Millas, cuando mi herencia paternal es aguda”, se quejaba el valenciano. A lo mejor este apodo no estaba mal encaminado y era una forma adecuada de auspiciar y describir la escritura de Millás: delimitando millas de tiempos, espacios, costumbres, afectos y defectos en una vida desenfrenada, desordenada e ilimitada a través de una sintaxis frenada, ordenada y limitada: de forma asombrosa. Pues el periodista-escritor que es este a veces Jekyll a veces Hyde se pega como una lapa a la “sombra” (como él llama) de sus protagonistas, a veces reales, a veces no.

Vidas al límite (reseñado en El País por Jesús Ruiz Mantilla) comienza con unas palabras de Ángel Gabilondo que definen de forma frenada, ordenada y limitada los temas ‒coincidiendo con los epígrafes de sus palabras introductorias‒: “la sombra de la escritura”, “la mirada dislocada” y “la maravilla de lo corriente”.

Los reportajes no se ordenan cronológicamente; tampoco alfabéticamente ‒algo que inquieta a nuestro autor, tal como expresa en su novela El orden alfabético (1998)‒. De ahí que, pese a englobar catorce años de publicaciones en El País Semanal (de 1998 a 2012), el primero sea “Biografía de una mosca” (2008). En estas líneas, ya de Millás ‒no hay duda‒, uno siente que se acomoda (en la cama, en el sillón, o en el metro, de pie) mental y físicamente, al gozar de una escritura buena: sintáctica y literariamente. La fluidez que causa la claridad con la que narra lo observado a veces ocasiona un desenfreno que obliga a releer expresiones que a simple vista no parecían contener nada implícito; pero siempre lo tienen. Catalina es una mosca que sirve de modelo para lo que posteriormente Millas hará con personas. Dicho así suena algo tenebroso, casi morboso. Y puede que lo sea. El escritor aprovecha la sumisión del insecto para observarla. Admira sus movimientos, su estructura..., su vida, al fin y al cabo; pues esta dura poco (no más de treinta días), en comparación con la de la mayoría de los humanos. Se siente mal al ver cómo una hora suya (de él) equivale a varios años suyos (de ella).

Por otro lado, el alzheimer de Pasqual Maragall no le impide regalarnos algunas claves para entender el mundo de las vidas al límite («‒Este hombre es muy nervioso, no se da cuenta de que para que se dé la circunstancia del conocimiento tiene que haber tranquilidad» (68)) en uno de los pocos diálogos que rescata Millás; pues su subjetividad nos traslada ‒por paradójico que parezca‒ los hechos más fielmente.

En todos los relatos se aprende (además de interesantes recomendaciones ‒Viaje sin mapas, de Graham Greene, en “Horror en Sierra Leona”; «aquel verso de Rilke según el cual la belleza no es más que ese grado de lo terrible que todavía soportamos» o El elogio de la sombra, de Tanizaki, en “Viaje a Japón”‒) sobre los temas que tratan; inquietudes que no suelen aparecer en las conversaciones cotidianas pero que siempre tienen relación con esta coloquialidad que es la existencia. La documentación analítica que acompaña a la literatura de Millas (la “disección” de la realidad que llaman algunos) la vinculan estrechamente con la locura. En el reportaje sobre la eutanasia (“Son 15 minutos. Dejas de respirar. Y fuera” ‒base de su última novela: La mujer loca‒), la ansiedad humana de acabar voluntariamente con una vida inhumana nos la traslada Millás con paréntesis reflexivos que sirven de trinchera en una guerra donde el contrario no teme a la muerte:

Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza) (207).

Esta paranoia nos hace definir la literatura-locura de Millas como “literacura”; recogiendo así su cuidado por la letra, la palabra (La lengua madre), y la simbiosis tan rica y perfecta (como las moscas de laboratorio que nos preceden evolutivamente) entre el arte y la privación del uso de la razón. ¿Qué alude a qué? ¿Cuáles son los límites de la literatura y la locura? ¿Son habitables? ¿Forman parte de la misma parcela? ¿Quién está dentro o encima de quién? O, por el contrario, ¿están al mismo nivel? ¿Son vecinos? O ¿forman parte de distintas “realidades”? ¿Qué es la realidad?

Tanta pregunta me abrió el apetito. No sé si literal o locamente. Quizá respondan a esto del 11 al 15 de agosto en el Curso de verano “Literatura y locura: los límites habitables” que dirige, en colaboración con la Fundación Manantial, Raúl G. Gómez en la UIMP (Santander), donde escritores (Millás entre ellos) y psiquiatras debatirán al respecto.

Mientras leemos Vidas al límite podemos pensar en Un mapa de la realidad (2005), donde Millas recopila algunos de los pasajes de la Enciclopedia Espasa, causa de su actual desempeño vital. Si resulta poco atractiva esta idea, basta con la introducción del propio Millás a la misma: unas piezas aparentemente independientes se entrecruzan formando un engranaje de la realidad, como ocurre con los reportajes, y con sus personajes. Sirva de ejemplo, ya para terminar, un pasaje del último y más reciente texto (“Viaje a Japón” ‒en la edición de Seix Barral se echan en falta las fotografías de Jordi Socías, aunque los símiles de Millas contrarrestan esta ausencia‒):

Tokio es una maquinaria descomunal, productora de un orden mecánico, sin alma, que recuerda al de las piezas transportadas por las cadenas de montaje. Cada tokiota es una de las piezas del conjunto y se mueve arrastrado por una fuerza que parece ajena a su voluntad. Hay en el barrio de Shibuya, por ejemplo, un cruce famoso que tiene dos pasos de cebra en forma de cruz, y que siendo el más transitado del mundo resulta el menos caótico. Cuando uno espera, junto a cientos de personas, que el semáforo cambie y ve las decenas de transeúntes que aguardan también en la acera de enfrente, piensa que el choque entre los dos ejércitos dejará innumerables heridos o muertos sobre la calzada. Pero la verdad es que cuando el semáforo cambia a verde y las multitudes de uno y otro lado se ponen en marcha, sucede un milagro inexplicable y es que en el momento de encontrarse, en vez de chocar, los viandantes se entretejen como átomos programados o como los hilos de un telar, formando por unos instantes un tapiz homogéneo en el que alterna el color oscuro de las nucas que van con el color claro de los rostros que vienen (330-331).


Cruce de Shibuya (imagen de Joel Albarrán en La Vanguardia)

En la tira roja que presenta el libro (y que tanto se pierde ‒seguramente por eso también vuelve a aparecer en la solapa de la contraportada‒) se resumen algunos comentarios que importantes escritores, medios o periodistas han dicho sobre Vidas al límite:

«Una batalla sin cuartel contra la costumbre... La literatura periodística de Millás es indispensable», Javier Cercas, El País.

«Ha dado impronta literaria a los géneros periodísticos... Una mirada singular y comprometida», Jurado del Premio Manuel Vázquez Montalbán, 2011.

«Su originalidad crítica en el tratamiento de los temas de actualidad y su excelencia formal hacen tan reconocibles como esperadas sus columnas», Jurado del Premio Francisco Cerecedo, 2005.

«Agudeza e imaginación... Conjuga voz y mirada para iluminar los múltiples repliegues de la realidad», Ana Rodríguez Fisher, Babelia.

«Derriba el mundo y descubre su trastienda... Millás, está claro, sigue siendo un maestro», Saúl Fernández, La Nueva España.

«Una mirada transgresora y llena de sutileza que transforma la realidad, la reinterpreta y la ficcionaliza», Iñigo Urrutia, El Diario Vasco.

«Creador de mundos y viviseccionador de monstruos de la prensa», Joan Barril, El Periódico.

«Millás reclama lo que los formalistas rusos estudiaron como esencia de la literatura, romper el automatismo del lenguaje, que es hacerlo con la penosa rutina de la vida», Antonio Garrido, Córdoba.

En definitiva, una delimitación de las vidas, en sus millas (espaciales y temporales) y sin comillas (al estilo de Millás).

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