lunes, 11 de agosto de 2014

El viaje ínfimo de la locura



Roberto Iniesta (Plasencia, 1962), portavoz del grupo de rock Extremoduro, se va de viaje en su ‒hasta el momento‒ única novela: El viaje íntimo de la locura (2009). ¿Cómo se ve la vida a través de un retrete? Esta es la imagen de la cubierta (diseñada por Dabid Zelaia e ilustrada por Diego Latorre), a partir de la cual “Robe” nos describe las inquietudes de don Severino, un notario desanimado que es grabado goyescamente por Daniel Rivero. La editorial El hombre del saco publica este homenaje a la impersonalización de la personalidad de un hombre sumido en la rutina: lo más bajo, vil y despreciable de una cordura en desacuerdo con los acordes de la vida.


“Robe” Iniesta nos presenta ya en las primeras líneas del prólogo algunas de las reflexiones que enriquecerán las aventuras del protagonista, quizá un álter ego del poeta:

El hombre es el único animal que necesita escribir su historia para poder recordarla. Cuando nace no sabe absolutamente nada. Moriría si no aprendiera a vivir. La raza humana es la única en la naturaleza que no transmite ninguna información innata que vaya más allá de lo puramente genético. Carece de auténticos instintos. No durará mucho.
Porque ¿quién escribe la historia? Nunca los vencidos, los despojados, los sometidos. Por eso, por ejemplo, las guerras ‒cuando acaban, y pasa el tiempo‒ dejan en la memoria colectiva un poso en el que se adivina el inconfundible y dulce sabor de la victoria: esfuerzo con recompensa, sufrimiento con premio, dolor que termina, que se olvida.
¡Qué distinta hubiera sido la historia de la humanidad si sólo se hubiera escuchado a los perdedores! (9)

Y esta es la historia de los despojos de una guerra que de momento gana la cordura, ¿o no? Quien empieza a leer El viaje íntimo de la locura, y se encuentra con esto, quizá piense que no tendrá nada que ver con el cerezo dormido del que se habla en la contraportada, pero todo está relacionado. Si echamos un ojo al prólogo después del epílogo (y del resto de la obra) entendemos la visión de una vida virgen, sin contaminación, desde las capas más bajas del pensamiento, la naturaleza y el carpe diem. Y es que “Robe” nos cuenta la historia desde el otro lado (que no tiene por qué ser el único), de ahí el juego de perspectivas que se establece con las lombrices que cambian incluso el final de la historia. Esta otra versión (¿de los vencidos?) recuerda al homenaje que su grupo, Extremoduro, le rinde a Pablo Neruda en el disco Agila (1996) y Grandes éxitos y fracasos (2004):

      Walking around” (1935), Pablo Neruda   &   “Sucede” (versión 2004), Extremoduro:

Sucede que me canso de ser hombre.
[...]
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.


"Sucede que me canso de ser hombre"
sucede que me canso de mi piel y de mi cara
y sucede que se me ha alegrado el día
¡coño!
al ver al sol secándose, en tu ventana: tus bragas

Los restos de una sociedad asolada y desolada se levantan del solar que guarecía su pacífica, regular y sumisa existencia. No desvelaremos el argumento, pero solo destacaremos la casualidad (¿causalidad?) del estreno de la película Up el mismo año (2009) que el libro de Iniesta.

El viaje íntimo de la locura tiene tres partes. En la primera apenas ocurre algo. Todo son descripciones, ¡pero qué descripciones! Aunque pueda resultar algo lento, el ritmo frenético de las páginas sucesivas necesita esa calma que precede a la tormenta, en este caso de la mente. “Robe” forma un mural de las inquietudes del ser humano, conjugando los grandes temas de la literatura: locura, aventura y amor. Aunque estas tres aspiraciones o conflictos parezcan lo mismo, la riqueza de la buena escritura consigue mostrarnos sus diferencias y sus vasos comunicantes. Además, el poeta placentino disfruta en este viaje (ínfimo por el retrete, por las lombrices o por lo humano), regalándonos una canción (“El amor de las selvas”) del peruano José Santos Chocano:
 
cantando esa antigua canción que todos los jaguares conocen:

“Quisiera ser el jaguar de tus montañas
para llevarte a mi oscura madriguera.
Y ahí abrirte las entrañas
para ver si tienes corazón siquiera” (315).


Del mismo modo, la diferencia entre “simpatía” y “empatía” queda clara en las últimas líneas del viaje, gracias a la relación entre música y literatura que inconscientemente se establece entre músico y poeta:

La doctora se rinde, abate sus defensas, se entrega y se deja llorar a moco tendido. Y don Severino, por simpatía, también llora. No por empatía; no llora porque se identifique con el estado de ánimo de la doctora. Él llora dejándose llevar por una reacción simpática, igual que la cuerda de una guitarra que, al notar las vibraciones de otra cuerda, resuena por sí sola, por simpatía. Por eso empezó a llorar don Severino, pero continúa por ganas propias. Y los dos ‒mientras el río, indeciso de verlos así, no sabe si seguir o pararse‒ lloran hasta que, literalmente, se les gastan las lágrimas (335).

Las lágrimas, la sangre, el sudor, la orina, el semen..., en fin, lo escatológico lubrica la capsula que nos aferra a los tópicos, sacándonos de “nuestros tunelillos” con ese porcentaje de la mente que se supone que no usamos y del que se habla tanto últimamente.


Leí El viaje íntimo de la locura en vísperas del concierto que Extremoduro dará en Villena el miércoles 13. Seguro que ahora las canciones y sus letras suenan de otro modo. Posiblemente también se hable de este viaje en el curso que comienza hoy en la UIMP sobre “Literatura y locura” (el cual se puede seguir en directo vía Streaming).

 

Se trata pues de un buen libro para cualquier interesado en pasar un buen rato, en viajar, en conocer la primera (y esperemos que no última) novela del compositor de Extremoduro, en disfrutar de las dimensiones que se alejan de lo quijotescamente cuerdo... o simplemente en los que quieren saber qué carajos tienen que ver las lombrices, el cerezo, el eucalipto y el tío del váter.


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