En la Casa de la cultura de Villena se
está celebrando la XXXIII Semana de Cine ‒aunque son casi dos semanas (del 9 al
21 de agosto)‒. Tres pases diarios ofrecen películas de todos los géneros y
para todos los públicos, además de seis cortos que se proyectan aleatoriamente
antes de los largos. A continuación, comentaremos tres de ellas: El abuelo que saltó por la ventana y se
largó, del sueco Felix Herngren; 10.000
km., del español Carlos Marques Marcet; y Violette, del francés Martin Provost.
Las entradas cuestan 6 € para adultos, 4
€ para niños (hasta 12 años) y 5 € con Carné joven. Se ofrecen abonos de ocho
tiques por 32 € (a 4 € cada uno), pero solo pueden canjearse dos por sesión.
Estas son sin numerar y albergan estrenos en la ciudad, y recientemente
proyectadas exteriormente.
Estas son las dieciséis películas que se
vienen proyectando:
1.-
El abuelo que saltó por la ventana y se
largó, de Felix Herngren (Suecia).
2.-
A 20 pasos de la fama, de Morgan
Neville (USA).
3.-
Al filo del mañana, de Doug Liman
(USA).
4.-
Joven y bonita, de François Ozon
(Francia).
5.-
10.000 km., de Carlos Marques Marcet
(España).
6.-
Tarzán, de Reinhard Kloosh
(Alemania).
7.-
Nueva vida en Nueva York, de Cédric
Klapisch (Francia).
8.-
El secreto del cofre de Midas, de
Jonathan Newman (UK).
9.-
Madre e hijo, de Calin Peter Netzer
(Rumanía).
10.-
Viva la libertá, de Roberto Andó
(Italia).
11.-
Campanilla, hadas y piratas, de Peggy
Holmes (USA).
12.-
Tren de noche a Lisboa, de Bille
August (Alemania-Suiza).
13.-
Violette, de Martin Provost
(Francia).
14.-
Crónicas diplomáticas, de Bertrand
Tavernier (Francia).
15.-
Días de Vinilo, de Gabriel Nesci
(Argentina).
16.-
Aviones: equipo de rescate, de
Roberts Gannaway (USA).
El
abuelo que saltó por la ventana y se largó (2013) es una
adaptación de la novela de la novela de Jonas Jonasson. Hay pocos casos en los
que la película supera al libro. Este no es uno de ellos. Al terminar la
película de Felix Herngren uno puede tener la sensación de que lo que leyó no
era tan bueno como creyó en un primer momento; y ese es el principal riesgo que
se corre al adaptar la literatura al cine. No obstante, es recomendable ir a verla
si nos apetece echarnos unas risas viendo al tierno y a la vez peligroso Allan
Karlsson: un centenario que recuerda su larga y variada vida a la vez que vive
una de sus últimas y disparatadas aventuras.
Con 10.000
km. (2014) sí que experimenté la empatía cinematográfica: quizá porque me
identifiqué con los actores (los dos únicos que aparecen: Natalia Tena y David
Verdaguer), porque el tema (la relación a distancia) lo he vivido, porque me
cautivaron las primeras escenas (qué digo las primeras, la primera, que dura
más de 5 minutos, sin cortes) o porque introducía algo nuevo “que no sé lo que
es pero que es lo más importante en el arte”. Para Joaquín Sabina:
la poesía, en los mejores casos, no es una cosa
premeditada, sino que viene además de. Los pintores y los cineastas... en sus
canciones dicen que lo que buscan en sus cuadros y en sus películas es una gota
de poesía: eso que no nadie sabe lo que es, pero que es lo más importante.
Así podríamos definir esta película:
algo aburrida, desesperante... (como la vida de una pareja distante), pero
conmovedora, a través de la pantalla. Los nuevos recursos se explotan al
máximo: la comunicación se establece por Skype generalmente, pero también llama
la atención el uso tan cotidiano de WathsApp o Facebook. Las cámaras reflejan
lo que la webcam refleja, a modo de espejo turbio. Hacen algo para muchos
barato, como ocurrió con Buried
(enterrado) hace cuatro años, pero magistral, totalmente rompedor: y las
películas así hay que verlas.
En cuanto a Violette (2013) la empatía cobra sentido: el espectador siente el
desamparo, la soledad y la bastardía de Violette Leduc (1907-1972) en relación
con el feminismo incipiente de la pionera Simone de Beauvoir (1908-1986). La
delimitación por capítulos, a modo de diario (al igual que en 10.000 km. ‒donde algunos fragmentos
duran mucho y otros apenas una imagen, como los recuerdos)‒ enfoca la historia,
la real y la ficticia, en un momento o en un personaje determinado. La
escritura como necesidad vital para el desarrollo humano de sus fobias y
libertades (en ese orden) se defienden en esta película, donde una escena
muestra la pasividad que durante tanto tiempo la sociedad le causó a la mujer:
Violette, sentada en la barra de una cafetería, habla con Simone por teléfono;
discuten, se sinceran y cuelgan; al salir Violette vemos a una anciana impertérrita
que la sigue visualmente, tan campante, mientras le da un trago a su licor.
En definitiva, escribamos: ya sea nuestra
vida, para relacionarnos o para vivir. ¡Larga vida a propuestas de este tipo:
que el cine atraiga a una población de más de 40.000 habitantes, huérfanos de
salas; y que cada quien pueda elegir qué ver!
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