lunes, 25 de agosto de 2014

Poesía chilena: de Gonzalo Rojas a Raúl Zurita

Raúl Zurita Canessa (Santiago, Chile, 1950) será investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante el 5 de marzo de 2015. Con motivo de este acontecimiento, se homenajea al poeta chileno en el Coloquio Internacional "Alegoría de la desolación y al esperanza: Raúl Zurita y la poesía latinoamericana actual" (el cual ya presenta su programa definitivo).



POESÍA CHILENA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX[1]



Chile se caracteriza por ser cuna de algunos de los mejores poetas de habla hispana de la historia y de la literatura. A lo largo del siglo XX se han ido sucediendo ideas, temas, formas… pero algo se ha quedado, en mi opinión, pegado a los versos, a las estrofas y a los poemas: la naturaleza.


[1] El siguiente texto es una actualización del trabajo “Poesía chilena en la segunda mitad del siglo XX. A partir de Gonzalo Rojas” de la asignatura Poesía española e hispanoamericana contemporánea del Máster en Estudios Literarios (2012-2013) de la Universidad de Alicante.




A continuación trazaremos, pues, un panorama de la poesía chilena a partir de Gonzalo Rojas, pasando por Enrique Lihn, Jorge Teillier, Óscar Hahn, Floridor Pérez, Omar Lara, Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Elicura Chihuailaf, Diego Maqueira, Teresa Calderón y Malú Urriola; con el objetivo de esbozar un recuento de la poesía chilena (a la manera del número 16 de la revista América sin nombre que coordinaron en diciembre de 2011 Carmen Alemany Bay y María Nieves Alonso), en vísperas ya del Congreso Internacional "Alegoría de la desolación y la esperanza: Raúl Zurita y la poesía latinoamericana actual" (cuyo programa provisional está en la web) que la Universidad de Alicante organiza con motivo de la investidura como doctor Honoris causa del poeta chileno Raúl Zurita .


Estableceremos nexos de unión y posibles influencias, ya que si algo destaca de este país es la voluptuosidad de sus valles, sus cumbres, sus ríos, sus costas y, ‒como no podía ser de otra manera‒ sus letras. Este vaso comunicante que es lo paisajístico está vinculado con el contexto, es decir, con los acontecimientos políticos, culturales, sociales y económicos que acaecieron durante estos años −especialmente influyente fue el golpe de Estado que Augusto Pinochet dirigió el 11 de septiembre de 1973−. El exilio y la represión obligaron a que multitud de intelectuales se separaran de sus raíces, de ahí que la memoria y la infancia se conecten con la poesía impura que proclamó ya en 1935 el maestro Neruda.

Nostalgia y compromiso social girarán en torno a la naturaleza, esta última inmanente e intrínseca. Los poetas chilenos la defenderán desde o hacia el conflicto, con formas cercanas a la oralidad y a la enumeración, dependiendo de las coordenadas espacio-temporales; siempre ensalzando la importancia del tiempo: reactualizando los tópicos horacianos de carpe diem y tempus fugit.

Gonzalo Rojas
Gonzalo Rojas (1917-2011) muestra la influencia del “Walking around” de Neruda en “Contra la muerte”. El desánimo, la desesperanza, el pesimismo y la crítica a lo cotidiano tematizan ambos poemas. Rojas escribe en “Contra la muerte” que «Me arranco las visiones y me arranco los ojos/ cada día que pasa», pues sucede que se cansa de ser hombre, «No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres/ cada día». Preferiría «ser de piedra» para no sufrir con tamaño crimen que se lleva a cabo en la época en que se publica Contra la muerte (1964). Lo nerudiano también se palpa en “Al fondo de todo esto duerme un caballo”, solo que aquí el equino ya no es verde, sino blanco y viejo. Rojas rescata la tradición clásica, de ahí que divinice la poesía como panteísta en “Qué se ama cuando se ama?”. No obstante, también narra hechos verídicos, que suceden en Oscuro, de 1977. Quizá podamos pensar que la novela revolucionaria del mexicano Mariano Azuela, Los de abajo, inspire el “Desde abajo” del chileno: «Entonces nos colgaron de los pies, nos sacaron/ la sangre por los ojos». Y es que las clases sociales más bajas se conjugan con “los cortesanos del templo” en “Qedeshim Qedeshóth”, formando un triángulo con lo indígena, pasado también recuperado por otros poetas chilenos como Raúl Zurita y Elicura Chihuailaf. Cabe destacar el poema dedicado a Rimbaud, algo que también hará Enrique Lihn (1929-1988). El primero reitera que «no tenemos talento», mientras que el segundo agradece la revolución que el francés llevó a cabo en las letras; pues Lihn (junto a Jorge Teillier) protagoniza el movimiento de la poesía chilena, de ahí el libro y poema homónimo “La pieza oscura” que dedica a la rueda en su arduo viaje por la historia del angosto país. El símil sirve en “A Franci” para llevar a cabo una simbiosis entre lo amoroso y lo social: «Marco el número de tu teléfono/ como el nuevo presidiario que memoriza su número»; en clara alusión a los precoces presos durante los años setenta. De este modo, la poesía se utiliza como instrumento para destacar la impureza de las grafías («herramientas/ del color de la tierra vegetal cuando llueve»), para defender lo terrenal en oposición a lo esotérico, renunciando a la belleza y a la magia. No obstante, la muerte se banaliza con esa sátira peculiar que los chilenos ‒y también los mexicanos‒ saben lograr de forma particular:

Enrique Lihn
Todos los que sirvieron y los que fueron [servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

                                 (“Porque escribí”, Enrique Lihn)

Resulta significativa la ironía con la que Lihn denuncia el maltrato mediante “Todos los que sirvieron y los que fueron servidos”. Esta crítica al trabajo forzado y forzoso también aparece, finalmente, en “mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible” (“Nunca salí del horroroso Chile”, A partir de Manhattan, 1979). Vemos de este modo que la poesía chilena de las últimas décadas del siglo XX bebe de los temas que Pablo Neruda (1904-1973) introdujo en Caballo verde para la poesía (1935), del “vallejismo” de Pablo de Rokha (1894-1968), de la desmembración del lenguaje de Vicente Huidobro (1893-1948), y del ateísmo de los “antipoemas” y “artefactos” de Nicanor Parra (1914), el cual baja ‒y quizá nos haga bajar‒ del Olimpo.

Jorge Teillier (1935-1996) parece que también está en relación con la novela de Azuela que comentábamos con Lihn, ya que “Bajo un viejo techo” y “Sentados frente al fuego” muestran la harapienta vida de las clases sociales últimas. La poesía de los lares se cristaliza en Teillier con “Juegos en la noche”:

Los niños juegan con sillas diminutas,
los grandes no tienen nada con qué jugar.
Los grandes dicen a los niños
que se debe hablar en voz baja.

Los niños reciben de la noche
los cuentos que llegan
como un tropel de terneros manchados
mientras los grandes repiten
que se debe hablar en voz baja.

Los niños se esconden
bajo la escalera de caracol
contando sus historias incontables
como mazorcas asoleándose en techos blancos
y para los grandes sólo llega el silencio
vacío como un muro que ya no recorren sombras.

                                               (“Juegos en la noche”, Jorge Teillier)

Recojemos el poema íntegro porque en él se observa de forma diáfana la sumisión de la época, personificada en los más pequeños a través del recuerdo de la infancia. El silencio se reitera a través de “en voz baja”, forma de acallar a estos niños que parecen ser las clases sociales inferiores, mientras que los “grandes” se vinculan con los autoritarios políticos. Los “terneros manchados” recuperan la impureza que caracteriza esta poesía, especialmente ambientada, como vemos, en la noche. No obstante, en estos lares también hay espacio para la naturaleza, ejemplificada en las “mazorcas asoleándose en techos blancos”. En definitiva, esos niños que «se esconden/ bajo la escalera de caracol/ contando sus historias incontables» son los poetas; jóvenes que buscan ser como Peter Pan: mantenerse vivos en un utópico país de Nunca Jamás. La naturaleza sirve pues como refugio. Teillier utiliza las comparaciones para ilustrar algunos poemas: «como un campesino ebrio que vuelve de la feria», «como la sombra desnuda» (“En la secreta casa de la noche”); «como los pies desnudos de los niños que caminaban/ por los rieles del desvío aserradero/ como el beso de la muchacha en la penumbra de la/ bodega triguera», «como una próxima derrota,/ toda mañana/ como una carta que nunca abriremos» (“Traten de despertar”). Los pequeños placeres esquivan el tedio y la tristeza en la ciudad como estado de ánimo. Un buen ejemplo de tales rasgos se encuentra en “Para hablar con los muertos”. Veamos los versos iniciales:

Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.

                                               (“Para hablar con los muertos”, Jorge Teillier)

Jorge Teillier

De este modo, Teillier ‒como Lihn y Rojas‒ rompe la barrera que separa la vida y la muerte. No hay tabúes. En “Pequeña confesión” se sincera autobiográficamente:

Desperté con ganas de hacer un testamento
‒ese deseo que le viene a todo el mundo‒
pero preferí mirar una pistola
la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
y gastar mis codos en todos los mesones.

(“Pequeña confesión”, Jorge Teillier)

El “barro” vuelve a aparecer como símbolo que rescata la poesía impura, aquellos rasgos escatológicos que se conjugan con el ambiente de los marginados en “Paisaje de clínica”. Tres años antes de morir, Teillier «Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita/ un hombre solo en una casa enferma» (El molino y la higuera, 1993).

Óscar Hahn
Al igual que los chilenos que venimos comentando, Óscar Hahn (1938) también poetiza la expiración. La sátira de “La muerte está sentada a los pies de mi cama” (Arte de morir, 1979) presenta la circularidad y la cama que caracterizarán más tarde sus obras “Nacimiento del fantasma” y “Sábana de arriba”. Esta estructura cerrada se basa en la oralidad para establecer una relación con el lector, predominando pues la función fática en “Tractatus de Sortilegiis”: «y unas magnolias curiosísimas, oye,/ unas rosas re-raras, oh». Como vemos, la magnolia de Teillier vuelve a aparecer en Hahn, solo que este último trata muchas más variedades, sobre todo en “Gladiolos junto al mar”. La pasión de esta planta rojiza preconiza el erotismo que caracteriza “Misterio Gozoso” (Mal de amor, 1981). No obstante, lo que posiblemente más llama la atención de este autor es la importancia que vuelve a dar a Rimbaud en “Un ahogado pensativo a veces desciende”, como Rojas y Lihn hacían en el poema homónimo; y la posible influencia que puede ejercer para Zurita con “Visión de Hiroshima”, tal como comentaremos más adelante. Vemos hasta ahora que los vasos comunicantes entre los poetas chilenos son numerosísimos: poesía impura de Neruda, importancia de Rimbaud, desacralización de la muerte, infancia, memoria y noche.

Floridor Pérez
En Floridor Pérez (1937) destaca “La partida inconclusa”, poema que metaforiza la represión chilena con una partida de ajedrez en Cartas de prisionero (1984). Las fórmulas matemáticas, que aparecerán también en Raúl Zurita, vienen precedidas por una irónica presentación de los jugadores: «Blancas: Danilo González (Alcalde de Lota)/ Negras: Floridor Pérez (Profesor de Mortandad)». Además, Floridor emplea un recurso que se hará común en los poetas chilenos de estos años: las preguntas retóricas al fin del poema («‒¿Y si te hubieran tocado las blancas?»). Metáforas, anáforas, personificaciones, símiles y comparaciones se repiten y transforman a lo largo del siglo XX; buen ejemplo de ello lo encontramos en Omar Lara (1941). Este poeta anhela la cotidianeidad, la bendita rutina, situándola también en los recuerdos de la infancia a partir de una ciudad nocturna, quizá insomne. De nuevo el último verso, en el poema “Miro esta tarde que perdí”: «Y era en tardes como ésta» (Los buenos días, 1972), hace un guiño al Neruda del Poema 20 de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924): «En las noches como ésta la tuve entre mis brazos». Esta nostalgia del de Isla Negra la explota Gonzalo Millán (1947-2006) en La ciudad (1979) mediante una retrospectiva de la historia chilena, teniendo como bisagra el verso «Allende dispara». Parece un sueño el hecho de poder regresar al pasado para cambiar lo ingrato. Un sueño que se gesta entre las sábanas de las que hablaba la poesía de lares de Teillier, y la “Sábana de arriba” de Óscar Hahn: «Las sábanas regaladas para la boda/ se gastaron y tienen agujeros» (Vida, 1982). Sin embargo, nada es onírico, la realidad es que Chile está «hambriento y mojado».

Mención aparte ‒por varios motivos que trataremos aquí explicar‒ merece Raúl Zurita (1950). Este chileno representa Chile. Es un poeta de tierra, por lo que recupera la poesía impura que venimos estudiando, pero también lo es de aire. A la vez que narra cómo se quemó la cara («Les aseguro que no estoy enfermo   créanme/ ni me suceden a menudo estas cosas / pero pasó que estaba en un baño») o cómo le trataban en la cárcel («Me han rapado la cabeza / me han puesto estos harapos de lana gris»), mediante esos poemas breves de Purgatorio (1979) evoluciona del canto a la vida que es “Domingo en la mañana”, a un actualización de los pasajes bíblicos de “Allá lejos”, en Anteparaíso (1982); siempre con un nexo de unión: la estremecedora (en el mejor sentido de la palabra) naturaleza de Chile. La repetición de «ˋLejos, en esas perdidas cordilleras de Chileˊ» en CI, CII y CIII se deja entrever años atrás en “El desierto de Atacama” IV, donde todo se cohesiona perfectamente con la estructura circular que se logra mediante la repetición del medio (“desiertos”) y el objeto (“ovejas”). Y es que lo natural parece dialogar con lo humano, de la misma manera que Zurita (que aparece con frecuencia de forma explícita) conversa consigo mismo, parodiando la religión:

Con la cara ensangrentada llamé a su puerta:
Podría ayudarme −le dije− tengo unos amigos afuera
ˋMárchate de aquí −me contestó− antes de que te
eche a patadasˊ
Vamos −le observé− usted sabe que también
rechazaron a Jesús.
ˋTú no eres Él −me respondió− ándate o te rompo la
crisma. Yo no soy tu padreˊ
Por favor −le insistí− los tipos que están afuera son
hijos suyos…
ˋDe acuerdo −contestó suavizándose− llévalos a la
tierra prometidaˊ
Bien: ¿pero dónde queda ese sitio? −pregunté−
Entonces, como si fuera una estrella la que lo dijese,
me respondió:
ˋLejos, en esas perdidas cordilleras de Chileˊ

(“Allá Lejos” CIII, Anteparaíso, 1982, Raúl Zurita)

Se resume, en mi opinión, la personalidad de Zurita en este poema. La dictadura y lo bíblico se conjugan en un diálogo tragicómico. Resulta peculiar e inesperada la pregunta que se formula tras escuchar «llévalos a la/ tierra prometida», satirizando lo cristiano («Bien: ¿pero dónde queda ese sitio? −pregunté−»), y defendiendo lo autóctono: «Entonces, como si fuera una estrella la que lo dijese,/ me respondió:/ ˋLejos, en esas perdidas cordilleras de Chileˊ». En definitiva, el paisaje de Chile, según adelantábamos en la introducción, protagoniza la poesía. Este influjo (en las dos acepciones) se plasma, y de qué manera, en el ya conocido cada vez por más adeptos Canto a su amor desaparecido (1985). 

Raúl Zurita en la Universidad de Alicante

Escuchar recitar a Zurita este poema te recuerda que estás vivo. Y quizá este también se acordara de los versos de Lihn en «la forma de un grano de / ripio pegado a la planta de los pies» (“A Franci”) u Óscar Hahn en “Visión Hiroshima” («La vibración de las aguas hace blanquear al cuervo/ y ya no puedes olvidar esa piel adherida a los muros») ya que posiblemente sirvieran de inspiración para lo que parafraseábamos en la introducción: «…nuestro/ amor está pegado a las rocas, al mar y a las/ montañas».

El año pasado, Raúl Zurita visitó la casa de Miguel Hernández a raíz del seminario “Un poeta nos introduce en su mundo” que dirigió José Carlos Rovira:



Diego Maqueira (1951) explota el tópico del tempos fugit en “La Tirana I (Me sacaron por la cara)”, de nuevo, con una graciosa mezcla de lo serio y lo cómico: «Ahora suelo a veces entrar a una Iglesia/ cuando no hay nadie/ porque me gusta la luz que dan ciertas velas/ la luz que le dan a mis pechugas/ cuando estoy rezando» (La Tirana, 1983). Del mismo modo que ocurría con Zurita, Maqueira, casualmente, ya emplea la expresión “quedarse pegado” («Nos quedamos pegados», en “El gallinero”); por lo que podría ser un nuevo motivo de plectro para Raúl, ya que Maqueira lo publica dos años antes que El canto a su amor desaparecido. Por otro lado, destacan en Diego las referencias a personajes u objetos ilustres (“Harrier”, “Ratzinger”, “Fragonard”, “Velázquez”) o la alusión a la cosecha vinícola que tanto caracteriza a Chile, algo que también hacía Lihn.
 
Elicura Chiuailaf
La poesía de lares de Teillier se mantiene en “Sueño azul” de Elicura Chihuailaf (1952): «Por las noches oímos los cantos, cuentos y/ adivinanzas a orillas del fogón/ respirando el aroma del pan horneado por mi abuela» (De sueños azules y contrasueños, 1995). Las flores y plantas dejan atrás las magnolias de Teillier y los gladiolos de Hahn, introduciendo una variedad de fauna y costumbres autóctonas, además de un fragmento en lengua precolombina que presenta el poema (“Ñi kallfv ruka mu choyvn ka ñi tremvn wigkul mew…”). Posiblemente estos versos resuman la tesis del “Sueño azul”: «El universo es una dualidad:/ lo bueno no existe sin lo malo»; es decir, entendemos que Chile, y la vida, es una balanza: las viñas necesitan lluvia, las cumbres nevadas requieren frío, etc. Estos contrastes quizá enlacen con Teresa Calderón (1955). Sus “Celos que matan pero no tanto” muestran una serie de poemas breves, al estilo de haikus, como hacía Zurita en Purgatorio (1979); solo que en Calderón el tema es mucho más cotidiano. Los versos semejan pequeñas anotaciones en una agenda, o en un diario: «Mañana/ marcaré ese número./ Repetiré la operación hasta dar con esa/ palomita» (Género femenino, 1989). El hecho de que cada uno aparezca numerado, no en romanos, como en Zurita, sino en arábigos, y con un sangrado y estilo coloquial, a modo de impulsos, vinculan esta poesía con la oralidad: «Más vale que te cuides»; siendo algunas construcciones agramaticales: «Estoy el colmo de ti».

Malú Urriola
Por último, Malú Urriola (1967) recuerda a la rueda de “La pieza oscura” de Lihn en Piedras rodantes (1988). Solo que en esta ocasión lo que gira es un gato a partir del doppelgänger (desdoblamiento) de la autora, con sus respectivos monólogos interiores (al estilo de Zurita). Este fragmento ejemplifica las onomatopeyas (“Hey”), su nombre en minúscula para restarle importancia (“malú”), y la escasa puntuación para dotar de libertad al lector:

Hey, malú, nace una estrella
nadie quiere el nobel
pero se mueren de sólo pensarlo
los poetas se odian
toman juntos pero se odian

                               (“IV”, Malú Urriola)

No estoy de acuerdo con Urriola: bajo mi punto de vista, el Nobel es un reconocimiento que pesa mucho en Chile, ya que estoy seguro de que el hecho de que Gabriela Mistral en 1945 y Pablo Neruda en 1971 se hicieran con él marcó el arte del país.

Una vez analizada la poesía chilena en la segunda mitad del siglo XX, vamos a esbozar, grosso modo, algunas características que respondan a la hechura del poema, a modo de resumen y conclusión. En cuanto al lenguaje, destacan los neologismos: “personaja” (Rojas) y “carpintereada” (Lihn), así como los chilenismos: “yuyo” (Teillier), “macanear” (Zurita), “tusa” (Urriola), y americanismos: “pasto” (Zurita), “siga” (Millán). Otro de los aspectos que más llama la atención es el vanguardístico uso de la puntuación en Lihn, Zurita y Maqueira: omitiendo los puntos y las comas se libera el texto, para ser interpretado de la manera que se quiera. Y por lo que respecta a los recursos literarios, cabe destacar las anáforas de Zurita en “El desierto de Atacama” y las de Diego Maqueira en “La Tirana I (Me sacaron por la cara)”, el símil de Teillier en “Traten de despertar”, algunas expresiones coloquiales de Diego Maqueira, como “a todo trapo”, y la prosa poética de Urriola en Dame tu sucio amor (1994).

En conclusión, tal como hemos visto a lo largo de esta valoración de la poesía chilena, totalmente personal, los versos que tienen relación con este país −bien porque hayan sido creados en ella, o bien para ella (desde el exilio)− tienen unas características formales y temáticas que la distinguen del ritmo cubano o de la estética mexicana, por ejemplo. Esta región del sur del planeta palpita de un modo distinto, y por ello, obviamente, los versos responden a esta sístole (tierra) y diástole (agua). Elicura Chihuailaf, en “Sueño azul”, recoge que «Mapuche significa Gente de la Tierra» (De Sueños azules y contrasueños, 1995), y yo estoy seguro de que estos poetas están bien arraigados a ella.


Del 2 al 4 de marzo de 2015 hay una oportunidad única para conocer la poesía chilena de la mano de uno de sus máximos representantes: Raúl Zurita. El 30 de octubre termina el plazo para enviar las propuestas de comunicación. ¿Se quedarán pegadas a las rocas, al mar, a las montañas?

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