domingo, 3 de mayo de 2015

Polonia: de Cracovia a Gdansk

Plaza Mayor de Cracovia
−¿Is there discount on the train for students? 
Sorry, only Polish. 
–Sí, policías, militares… 
Esto, entre otras cosas, puede ocurrir en Polonia: un país rico y barato, llano y profundo, blanco y oscuro, sonriente y afligido.


El mes pasado fuimos a visitar a una compañera filóloga que trabaja dando clase en Gdansk. A continuación (siguiendo el blog Aventura en DF, que quizá pronto retomemos) damos algunas ideas, sobre todo instantáneas, para quienes deseen conocer este país tan recomendable.


Arbeit macht frei («El trabajo os hará libres»), Auschwitz I


Lápidas de piel
Volamos con Ryanair desde Alicante. Aterrizamos en Cracovia, pues queríamos visitar Auschwitz al día siguiente. Hay muchísimos turistas en este campo de concentración y de exterminio, por lo que conviene reservar con antelación desde la web del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau. Los grupos son de treinta y los guías hablan español (como muchos de los polacos, sobre todo los jóvenes, que lo estudian en el instituto o en escapadas a Lloret de Mar). En nuestro caso, Inés es una chica polaca que después de repetir y repetir el maltrato de su familia, todavía se emociona. Todos los allí presentes miramos en silencio los zapatos, las gafas, los cacharros, las maletas… Hay fotografías que muestran caras sin hálito, todavía esperanzadas al bajar de un tren que quién sabe cuántos kilómetros llevaba traqueteando hasta separarlas de otras caras conocidas. Hay otras fotografías de frente, con datos (nombre, ocupación, día de nacimiento y de ingreso, así como la fecha en que fueron asesinados).

Asesinadas

La visita dura unas tres horas. Hay tres campos: Auschwitz I, II (Birkenau) y III (Monowitz); sin embargo, el último no se conserva. El primero es famoso por el letrero (Arbeit macht frei «El trabajo os hará libres») que da acceso a los bloques donde, entre 1941 y 1945, los nazis hacinaron a unos 1.300.000 judíos, 145.000 polacos, 23.000 gitanos, 15.000 soviéticos prisioneros de guerra y 25.000 prisioneros de otros grupos étnicos. La mayoría de ellos no sobrevivió más de cuatro meses.

Alambrada, Auschwitz I

Hornos, Auschwitz I
A Birkenau se entra por el famoso arco que ha sido grabado (solo desde la parte de fuera) en muchas películas bélicas. Aquí se encontraban las cámaras de gas que acabaron con más de tres mil personas cada día. Los nazis las dinamitaron días antes de huir.

Pese a lo dureza de la visita, conviene acercarse a este genocidio. Como dijo la guía al terminar: «quien olvida la historia, se condena a repetirla».

Paredón, Auschwitz I

Auschwitz cierra a las 5, por lo que es aconsejable tomar un autobús de Cracovia a Oswiecim (1 h. 30 min.) a primera hora de la mañana. El tique de la visita cuesta 25 “eslotis” (unos seis euros) y el del autobús unos cuatro (un euro).

Birkenau, Auschwitz II

Éter o geneidad
Al regresar a Cracovia, salimos a dar una vuelta por la Plaza Mayor con un catalán violinista (no en necesariamente en ese orden). Hay buen ambiente, sobre todo los miércoles: día en el que se agrupan los erasmus. La cerveza es buena y barata, aunque no muy fría. Con música en vivo y paredes de piedra hasta aprendemos polaco: Yanqui (gracias), tac tac (ajá), no, no (sí, sí), proche[1] (por favor)…

Castillo de Wavel, en Cracovia

Cracovia está llena de iglesias, pero lo más impactante es el Castillo de Wavel, junto al río Vístula. Cuenta con varias exposiciones de pintura, ropa o armas de más de cinco siglos.

Pierogeria típica polaca, en Cracovia

Pierogis
Pierogis
Las minas de sal o el barrio judío pueden ser interesantes, pero lo que más nos atrajo fue pasear por las calles adoquinadas, entre casas de colores, con un silencio roto por la música callejera. De noche la ciudad es distinta. Mejor. Se come bien y variado: desde pierogerias (donde por no más de tres euros te ofrecen un menú con sopa y pierogis, pasta rellena de carne, generalmente ahumada) hasta mexicanos.

Comida georgiana

Grúa de Gdansk, al fondo
Gdansk está en la otra punta de Polonia, al norte, en el Báltico. Destaca por el paseo del río, también el Vístula, presidido por la grúa medieval más antigua. Polonia cuenta con algunos récords. La iglesia de Santa María es la más grande de ladrillo. Su torre tiene cuatrocientos escalones. Y desde arriba (no es aconsejable subir después de comer) se ven hasta los astilleros.

Gdansk desde la torre de Santa María
Nuestra amiga nos alerta de palabras y temas tabúes. Algunos los intuíamos por la plástica presencia de Juan Pablo II, la figura más importante del país. Otros, nos sorprendieron: por ejemplo, la palabra “curva” se usa como insulto o palabrota. Enseguida recordamos el avión de ida, sobre los Alpes, la azafata nos explicaba la ligera desviación del trayecto, mientras, ingnorantes, respondíamos “una curva”.

A menos de una hora está Malbork, cuyo castillo (el más grande del mundo construido con ladrillos) requiere una enérgica mañana (cierran a las 3).

Castillo de Malbork

Gdansk, desde el paseo de la grúa
Volvemos a Gdansk. Allí empezó la segunda guerra mundial. No pueden ver a los comunistas. Al vernos españoles, un polaco grita ¡Franco! Así que nos vamos a Sopot, una ciudad costera que los fines de semana se llena de veraneantes de pocos grados (de temperatura, que no de alcohol). El vodka Soplica de cereza pasa sin sentir. Da fuerzas para cruzar el muelle de madera más largo de Europa, bajo el cual flotan cisnes.

Sopot recuerda a Benidorm. Pero los restaurantes son mejores. Algo elitista, es posible degustar desde gastronomía peruana a georgiana.

Sopot amaneciendo
 No vimos Varsovia, solo desde el tren. Así que hay que volver. Polonia es vital para quien quiere disfrutar de otros hábitos y aprender de otros hálitos.




[1] Dichas palabras transcriben sonidos a los que el oído español no está acostumbrado, su escritura es mucho más compleja.

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