–Sorry,
only Polish.
–Sí, policías, militares…
Esto, entre otras
cosas, puede ocurrir en Polonia: un país rico y barato, llano y profundo,
blanco y oscuro, sonriente y afligido.
El mes pasado fuimos a visitar a una
compañera filóloga que trabaja dando clase en Gdansk. A continuación (siguiendo el blog Aventura en DF, que quizá pronto retomemos)
damos algunas ideas, sobre todo instantáneas, para quienes deseen conocer este país tan recomendable.
Arbeit macht frei («El trabajo os hará libres»), Auschwitz I |
Lápidas de piel |
Volamos con Ryanair desde Alicante.
Aterrizamos en Cracovia, pues queríamos visitar Auschwitz al día siguiente. Hay
muchísimos turistas en este campo de concentración y de exterminio, por lo que
conviene reservar con antelación desde la web del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau.
Los grupos son de treinta y los guías hablan español (como muchos de los
polacos, sobre todo los jóvenes, que lo estudian en el instituto o en escapadas
a Lloret de Mar). En nuestro caso, Inés es una chica polaca que después de
repetir y repetir el maltrato de su familia, todavía se emociona. Todos los
allí presentes miramos en silencio los zapatos, las gafas, los cacharros, las
maletas… Hay fotografías que muestran caras sin hálito,
todavía esperanzadas al bajar de un tren que quién sabe cuántos kilómetros
llevaba traqueteando hasta separarlas de otras caras conocidas. Hay otras fotografías
de frente, con datos (nombre, ocupación, día de nacimiento y de ingreso, así
como la fecha en que fueron asesinados).
Asesinadas |
La visita dura unas tres horas. Hay tres
campos: Auschwitz I, II (Birkenau) y III (Monowitz); sin embargo, el último no
se conserva. El primero es famoso por el letrero (Arbeit macht frei «El trabajo os hará libres») que da acceso a los
bloques donde, entre 1941 y 1945, los nazis hacinaron a unos 1.300.000 judíos,
145.000 polacos, 23.000 gitanos, 15.000 soviéticos prisioneros de guerra y
25.000 prisioneros de otros grupos étnicos. La mayoría de ellos no sobrevivió
más de cuatro meses.
Alambrada, Auschwitz I |
Hornos, Auschwitz I |
A Birkenau se entra por el famoso arco
que ha sido grabado (solo desde la parte de fuera) en muchas películas bélicas.
Aquí se encontraban las cámaras de gas que acabaron con más de tres mil
personas cada día. Los nazis las dinamitaron días antes de huir.
Pese a lo dureza de la visita, conviene
acercarse a este genocidio. Como dijo la guía al terminar: «quien olvida la
historia, se condena a repetirla».
Paredón, Auschwitz I |
Auschwitz cierra a las 5, por lo que es
aconsejable tomar un autobús de Cracovia a Oswiecim (1 h. 30 min.) a primera
hora de la mañana. El tique de la visita cuesta 25 “eslotis” (unos seis euros)
y el del autobús unos cuatro (un euro).
Birkenau, Auschwitz II |
Éter o geneidad |
Al regresar a Cracovia, salimos a dar
una vuelta por la Plaza Mayor con un catalán violinista (no en necesariamente
en ese orden). Hay buen ambiente, sobre todo los miércoles: día en el que se
agrupan los erasmus. La cerveza es buena y barata, aunque no muy fría. Con
música en vivo y paredes de piedra hasta aprendemos polaco: Yanqui (gracias), tac tac (ajá), no, no
(sí, sí), proche[1]
(por favor)…
Castillo de Wavel, en Cracovia |
Cracovia está llena de iglesias, pero lo
más impactante es el Castillo de Wavel, junto al río Vístula. Cuenta con varias
exposiciones de pintura, ropa o armas de más de cinco siglos.
Pierogeria típica polaca, en Cracovia |
Pierogis |
Pierogis |
Las minas de sal o el barrio judío
pueden ser interesantes, pero lo que más nos atrajo fue pasear por las calles
adoquinadas, entre casas de colores, con un silencio roto por la música callejera.
De noche la ciudad es distinta. Mejor. Se come bien y variado: desde
pierogerias (donde por no más de tres euros te ofrecen un menú con sopa y
pierogis, pasta rellena de carne, generalmente ahumada) hasta mexicanos.
Comida georgiana |
Grúa de Gdansk, al fondo |
Gdansk está en la otra punta de Polonia,
al norte, en el Báltico. Destaca por el paseo del río, también el Vístula, presidido
por la grúa medieval más antigua. Polonia cuenta con algunos récords. La
iglesia de Santa María es la más grande de ladrillo. Su torre tiene cuatrocientos escalones. Y desde arriba (no es aconsejable subir después de comer) se ven
hasta los astilleros.
Gdansk desde la torre de Santa María |
Nuestra amiga nos alerta de palabras y
temas tabúes. Algunos los intuíamos por la plástica presencia de Juan Pablo II,
la figura más importante del país. Otros, nos sorprendieron: por ejemplo, la
palabra “curva” se usa como insulto o palabrota. Enseguida recordamos el avión
de ida, sobre los Alpes, la azafata nos explicaba la ligera desviación del
trayecto, mientras, ingnorantes, respondíamos “una curva”.
A menos de una hora está Malbork, cuyo
castillo (el más grande del mundo construido con ladrillos) requiere una enérgica
mañana (cierran a las 3).
Castillo de Malbork |
Gdansk, desde el paseo de la grúa |
Volvemos a Gdansk. Allí empezó la
segunda guerra mundial. No pueden ver a los comunistas. Al vernos españoles, un
polaco grita ¡Franco! Así que nos vamos a Sopot, una ciudad costera que los
fines de semana se llena de veraneantes de pocos grados (de temperatura, que no
de alcohol). El vodka Soplica de cereza pasa sin sentir. Da fuerzas para cruzar
el muelle de madera más largo de Europa, bajo el cual flotan cisnes.
Sopot recuerda a Benidorm. Pero los
restaurantes son mejores. Algo elitista, es posible degustar desde gastronomía
peruana a georgiana.
Sopot amaneciendo |
No vimos Varsovia, solo desde el tren.
Así que hay que volver. Polonia es vital para quien quiere disfrutar de otros
hábitos y aprender de otros hálitos.
[1]
Dichas palabras transcriben
sonidos a los que el oído español no está acostumbrado, su escritura es mucho
más compleja.
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