Oí hablar de
Javier Marín (Uruapan, Michoacán, 1962) en 2011. Me impresionó que un escultor todavía
pudiera ser famoso. Este año vi unas cabezas con virutas enormes que le salían
del cabello, a modo de tirabuzones exagerados. Estas formas broncíneas estaban
entre el Zócalo y el Templo Mayor y siempre reunían a gente, sobre todo
jóvenes, que se fotografiaba con ellas. Ahora, las tinajas humanas de Marín se
anuncian en el metro, en la calle, en la radio, en la televisión…
Sus exposiciones «Corpus: la belleza
de lo imperfecto» y «La materia como idea» estarán hasta enero en el Colegio San Ildefonso y en el Palacio de Cultura Banamex – Palacio de Iturbide,
respectivamente. La entrada es gratuita en este último y de 45 pesos (algo más
de dos euros, casi tres en otro tiempo). No obstante, hay descuento del 50% con
credencial de estudiante.
Hay servicio de guía, pero es
posible disfrutar del arte por tu cuenta. Marín creó estas formas desde 1990.
Si seguimos la verticalidad transgresora, en todas ellas hay elementos comunes:
ojos de mirada perdida o ciegos; grandes, como las manos desproporcionadas y
desnaturalizadas, rígidas, cercanas al sufrimiento o al clímax de un placer
inconsciente que el resto del cuerpo ni soporta ni muestra. Lo mejor es la
relación que se establece entre las distintas cáscaras impersonales, muchas
ellas vaciadas, tajadas, quebradas, sedadas, cosidas, encadenadas o en escorzo.
¿Cuándo la nuca es interesante? Desde hace poco, según el también mexicano
Luigi Amara.
Javier Marín se define como artista
plástico que, en nuestra opinión, es más que visual. Aunque no hay
acompañamiento sonoro, a veces el ruido del aire acondicionado acompaña la
sensación de soledad social que sugieren muchas de estas escenas; incluso se
puede intuir el grito o los chillidos de estos labios carnosos que pían cual
pez, según puede vincular una historiadora. La mayoría de las obras de Marín
son humanas, salvo el caballo doble que preside el patio del Palacio de
Iturbide.
Normalmente nos atrae saber cómo es
el proceso creativo. Mucho más si es el autor quien nos enseña con cálidas
imágenes el tacto, el pálpito del barro al fuego. En el siguiente video se
explica cómo la escultura está viva y es humana.
Hay un mes para ver las exposiciones:
¡corpus diem!
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