Imagen de un blog que no habla muy bien de Elvira |
Noches sin
dormir (Seix Barral, 2015) es
el diario de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) durante su último año en Nueva York.
Las observaciones y las reflexiones de la escritora doméstica y urbana no se
enfrían pese a una ciudad que se devora a sí misma.
Leí este libro por mi madre. Ella lo
disfrutó y lo sufrió. Yo busqué lo primero, pero también me encontré lo último.
Es difícil no empatizar con los desajustes entre las personas y el ser humano.
Es necesario hacerlo. La escritora, de origen periodístico, consigue que pisemos
la nieve y nos resbalemos con el hielo que, pese a la dureza, nos ilumina y nos
enternece.
Elvira Lindo comparte el pesimismo
de Woody Allen, con quien seguramente habrá coincidido en alguno de sus paseos
por Central Park o Brooklyn.
Noches sin dormir se
estructura en los cinco primeros meses del año, de enero a mayo, y a su vez
cada uno de estos capítulos viene organizado en relatos breves que, aunque
tienen personajes (Antonio Muñoz Molina, su marido; Rubiela, la profesional de
limpieza; Lorenzo, el científico; Paloma, de UNICEF; Xavier, el fotógrafo;
Dani, el peluquero...; o incluso Lolita, su perra) y un hilo conductor (la
despedida y el recuento de sensaciones en el sueño estadounidense), podrían
funcionar de manera autónoma.
Quien lee puede advertir, más o
menos, el día en que fue escrito el texto, pese a que no está fechado. Sorprende,
por ejemplo, que el catorce de febrero, aun habiendo salido a cenar con su
marido para celebrar los enamoramientos, sea uno de los textos más extensos.
¿Algo salió mal?
A continuación extraemos un instante
de cada uno de estos cinco meses últimos e iniciales, como esas bisagras que
unen y separan nuestra vida, se paran en la memoria y se apiadan de lo pasado y
de lo que viene. Son los puntos suspensivos que le siguen al punto final de los
finales (que diría el soneto de Úbeda, patria del marido de Elvira). Cada uno
de estos cinco momentos ejemplifican los distintos registros de Lindo:
En enero erosiona la nieve a los
niños que juegan en un parque que atardece silenciosamente:
Cuando los padres vuelven de trabajar, como a las
cinco, hora en que ya casi es noche cerrada, bajan con los chavales al parque
para ayudarlos a lanzarse en trineo por las suaves pendientes nevadas. La luz
es asombrosa: una mezcla mágica de las bombillas de las farolas, del rojo del
sol poniéndose y del reflejo de la blancura de la nieve. La inmensidad del
parque, los niños tan chicos, los padres vigilantes, como guardianes (entre el
centeno) en lo alto de la cuesta. No creo que ninguna imagen pueda reflejar un
momento tan delicado y bello (27).
Febrero requiere cuidados atentos.
Elvira describe a su amigo con dos palabras que difícilmente imaginaríamos en
la misma frase:
Además de su investigación en NYU, Lorenzo tiene a
bien ser mi boticario de guardia cuando la necesidad lo requiere. Más de una
vez ha venido solícito a casa con un antibiótico para una cistitis, una crisis
de ansiedad o una infección de garganta. Siempre con unas flores y una risa
nerviosa por delante. Como un camello ilustrado que se tomara su oficio a
cachondeo (42-43).
Marzo termina con una reflexión de
la ciudad neoyorquina lejos de las visiones turísticas. A su vez, el texto que
reproducimos a continuación es ejemplo de narración argumental, de relato
autónomo:
Algo así como (¡sálvenme todas las distancias, por
favor!) haber visto a Truman Capote con sus distinguidas amigas en La Côte
Basque; a Buñuel tomándose un Martini en el bar del Plaza; a Philip Roth
almorzando unos huevos revueltos en Barneys; a Lauren Bacall con unos palillos
en el Shun Lee West; a Tom Wolfe cruzando Madison Avenue vestido de Tom Wolfe,
o a Suzanne Vega en el Tom´s Diner, año 1984, escribiendo en una servilleta unos
versos que habrán de convertirse en una canción que servirá de sintonía al
programa de entrevistas de radio que presenta en Radio Cadena Española una
joven periodista a la que aún le faltan tres años para conocer al hombre de su
vida, cno el que acabará viviendo en el Nueva York de la canción, en el mismo
barrio, a escasos metros del Tom´s, y en muchas de sus tardes de vagabundeo
observará, desde fuera, a otros tantos personajes dignos de versos que quisiera
escribir ella.
Me
gusta entender la vida así, cosida por un hilo invisible que entrelaza
relaciones caprichosas pero posibles, no forzadas por las fantasías a las que
tan aficionados son algunos literatos sino basadas en coincidencias reales.
Mientras intento, en la clase de yoga, que la postura del guerrero me salga
mínimamente ligera y elegante, observo la melena naranja de la mujer de la
colchoneta de al lado. Siento su respiración, a veces entreveo su cara, la piel
fosforescente y de textura de melocotón de las pelirrojas; pienso en si es
quien creo que es. Cuando tras la meditación vamos doblando las mantas rústicas
para colocarlas en el estante, me acerco a ela y le susurro, ya segura de que
es: me encanta tu música. Ella sonríe, me da las gracias. Todo en voz muy baja.
Y eso es todo: quien cantaba la sintonía de mi programa en los ochenta, ahora
es una compañera de yoga en este gimnasio de barrio, del suyo, del mío
(144-145).
El texto que le sigue a este abre
abril reflexionando sobre lo que nos interesa y nos inquieta, rescatando
seguidamente unos versos de Paul Simon:
Aquel matrimonio humilde que les salvó de una muerte
segura puso en riesgo su vida y la de sus hijos. Escribía Mermall que nos
pasamos la vida tratando de analizar la naturaleza de los criminales cuando el
enigma que debiera maravillarnos es el impulso que mueve al bondadoso (149).
I met my old lover
On the street last night (152).
Finalmente, en mayo se resume lo que
Lindo nos transmite en estas Noches sin dormir (la risa es necesaria, incluso
en los peores momentos):
Voy sola y sonrío. Si viajo acompañada directamente
me río, porque la risa en soledad es inquietante, mucho más que el llanto
(166).
Una vez seleccionados algunas
píldoras contra el sueño, comentaremos brevemente otros rasgos que nos permiten
trazar una poética de la escritora gaditana.
Y es que, pese a narradora, Elvira
Lindo se sincera, con una dosis de ironía: «A veces voy por la calle y pienso
en verso, en verso libre. [...] Si tuviera ahora veinte años,/ si mis tetas
fueran las de entonces» (47).
Noches
sin dormir engancha también por las fotografías que acompañan al texto,
normalmente relacionado, pero otras como complemento independiente de lo que se
dice: «La gente me pregunta que cómo consigo retratar a los personajes tan
cerca sin que se den cuenta. No lo sabría explicar muy bien. Hay algo de amor
al peligro a ser descubierta, hay caradura y hay pasión por el hallazgo. Ahora
abundan las páginas en las redes sobre personas de la calle que el fotógrafo
convierte en personajes» (79). Y continúa explicando lo que es para ella esta
nueva práctica de mostrar el mundo a partir de una cámara que todos, para bien
o para mal, tenemos a nuestro alcance:
A mí me gusta capturar un instante de actividad
diaria en la vida de cualquiera, o de ensimismamiento, o de conversación. Una
chica que se pinta en el metro, una mujer que lee una carta, una anciana que
habla sola. Todos ellos interpretándose con naturalidad a sí mismos, ignorante
de la mirada ajena que los observa, los ama, los admira en ese momento, y
aprieta el clic con la mera intención de narrar en imágenes aquello que con
palabras se diluiría. Un diario paralelo a este otro diario que cuenta lo que
la escritora ve mientras vagabundea (80).
Adjuntamos una de las imágenes que
toma Elvira y que tienen que ver con lo que se narra. De modo que también
reproducimos la historia paralela. Un texto que en su forma se acerca a una de
esas canciones fabulosas.
Hay, en el boulevard Isaac Bashevis Singer, un
librero de viejo que lleva barba de anciano aunque no podrías decir si ya lo es
o se lo hace, y gasta gorra de invierno, aunque haya llegado la primavera.
Hay
en el boulevard Isaac Bashevis Singer un librero de viejo que se pasa el día
chafardeando con perdedores de tiempo, saludando a vecinos y acariciando
perros. A veces, sólo a veces, vende algo.
Hay
en el boulevard Isaac Bashevis Singer un librero de viejo que ha estado allí
siempre incluso cuando vivía Bashevis Singer, o antes aún de que desembarcaran
en la ciudad los fugitivos del Holocausto (154).
El humor de la nostalgia y la
incomprensión desolada permite que las descripciones más trágicas (como la
pérdida o la separación familiar) se contrapongan enseguida con los toques de
ironía y acidez cotidiana (entre los que destacan los ratones que circulan por
las líneas o avenidas) con los que la creadora de Manolito gafotas todavía
(pese a su manifiesto desencanto literario) continúa empujándonos en sus
intrahistorias (que si fueran menos verosímiles sus protagonistas entrarían en
la microficción).
La de Carabanchel por adopción nos
acerca Nueva York a través de su lente, literalmente. Como fotógrafa es capaz
de captar el momento íntimo que, sin embargo, deja de intimidarla. Su valentía
para retratar las relaciones humanas con la ciudad nos obliga a seguirla en
Instagram (@lindseca)
como ocurre en México con Alberto Chimal (@albertochimal)
y sus Apariciones.
Noches sin dormir es lo que nos
espera si seguimos a Elvira Lindo. Ya sea en sus novelas, en la radio o en la
prensa. Ojalá sea por mucho tiempo.
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