viernes, 22 de enero de 2016

Noches sin dormir, por Elvira Lindo

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un blog que no habla muy bien de Elvira
Noches sin dormir (Seix Barral, 2015) es el diario de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) durante su último año en Nueva York. Las observaciones y las reflexiones de la escritora doméstica y urbana no se enfrían pese a una ciudad que se devora a sí misma.

            Leí este libro por mi madre. Ella lo disfrutó y lo sufrió. Yo busqué lo primero, pero también me encontré lo último. Es difícil no empatizar con los desajustes entre las personas y el ser humano. Es necesario hacerlo. La escritora, de origen periodístico, consigue que pisemos la nieve y nos resbalemos con el hielo que, pese a la dureza, nos ilumina y nos enternece.
            Elvira Lindo comparte el pesimismo de Woody Allen, con quien seguramente habrá coincidido en alguno de sus paseos por Central Park o Brooklyn.
            Noches sin dormir se estructura en los cinco primeros meses del año, de enero a mayo, y a su vez cada uno de estos capítulos viene organizado en relatos breves que, aunque tienen personajes (Antonio Muñoz Molina, su marido; Rubiela, la profesional de limpieza; Lorenzo, el científico; Paloma, de UNICEF; Xavier, el fotógrafo; Dani, el peluquero...; o incluso Lolita, su perra) y un hilo conductor (la despedida y el recuento de sensaciones en el sueño estadounidense), podrían funcionar de manera autónoma.
            Quien lee puede advertir, más o menos, el día en que fue escrito el texto, pese a que no está fechado. Sorprende, por ejemplo, que el catorce de febrero, aun habiendo salido a cenar con su marido para celebrar los enamoramientos, sea uno de los textos más extensos. ¿Algo salió mal?
            A continuación extraemos un instante de cada uno de estos cinco meses últimos e iniciales, como esas bisagras que unen y separan nuestra vida, se paran en la memoria y se apiadan de lo pasado y de lo que viene. Son los puntos suspensivos que le siguen al punto final de los finales (que diría el soneto de Úbeda, patria del marido de Elvira). Cada uno de estos cinco momentos ejemplifican los distintos registros de Lindo:

            En enero erosiona la nieve a los niños que juegan en un parque que atardece silenciosamente:

Cuando los padres vuelven de trabajar, como a las cinco, hora en que ya casi es noche cerrada, bajan con los chavales al parque para ayudarlos a lanzarse en trineo por las suaves pendientes nevadas. La luz es asombrosa: una mezcla mágica de las bombillas de las farolas, del rojo del sol poniéndose y del reflejo de la blancura de la nieve. La inmensidad del parque, los niños tan chicos, los padres vigilantes, como guardianes (entre el centeno) en lo alto de la cuesta. No creo que ninguna imagen pueda reflejar un momento tan delicado y bello (27).

            Febrero requiere cuidados atentos. Elvira describe a su amigo con dos palabras que difícilmente imaginaríamos en la misma frase:

Además de su investigación en NYU, Lorenzo tiene a bien ser mi boticario de guardia cuando la necesidad lo requiere. Más de una vez ha venido solícito a casa con un antibiótico para una cistitis, una crisis de ansiedad o una infección de garganta. Siempre con unas flores y una risa nerviosa por delante. Como un camello ilustrado que se tomara su oficio a cachondeo (42-43).

            Marzo termina con una reflexión de la ciudad neoyorquina lejos de las visiones turísticas. A su vez, el texto que reproducimos a continuación es ejemplo de narración argumental, de relato autónomo:

Algo así como (¡sálvenme todas las distancias, por favor!) haber visto a Truman Capote con sus distinguidas amigas en La Côte Basque; a Buñuel tomándose un Martini en el bar del Plaza; a Philip Roth almorzando unos huevos revueltos en Barneys; a Lauren Bacall con unos palillos en el Shun Lee West; a Tom Wolfe cruzando Madison Avenue vestido de Tom Wolfe, o a Suzanne Vega en el Tom´s Diner, año 1984, escribiendo en una servilleta unos versos que habrán de convertirse en una canción que servirá de sintonía al programa de entrevistas de radio que presenta en Radio Cadena Española una joven periodista a la que aún le faltan tres años para conocer al hombre de su vida, cno el que acabará viviendo en el Nueva York de la canción, en el mismo barrio, a escasos metros del Tom´s, y en muchas de sus tardes de vagabundeo observará, desde fuera, a otros tantos personajes dignos de versos que quisiera escribir ella.
               Me gusta entender la vida así, cosida por un hilo invisible que entrelaza relaciones caprichosas pero posibles, no forzadas por las fantasías a las que tan aficionados son algunos literatos sino basadas en coincidencias reales. Mientras intento, en la clase de yoga, que la postura del guerrero me salga mínimamente ligera y elegante, observo la melena naranja de la mujer de la colchoneta de al lado. Siento su respiración, a veces entreveo su cara, la piel fosforescente y de textura de melocotón de las pelirrojas; pienso en si es quien creo que es. Cuando tras la meditación vamos doblando las mantas rústicas para colocarlas en el estante, me acerco a ela y le susurro, ya segura de que es: me encanta tu música. Ella sonríe, me da las gracias. Todo en voz muy baja. Y eso es todo: quien cantaba la sintonía de mi programa en los ochenta, ahora es una compañera de yoga en este gimnasio de barrio, del suyo, del mío (144-145).

            El texto que le sigue a este abre abril reflexionando sobre lo que nos interesa y nos inquieta, rescatando seguidamente unos versos de Paul Simon:

Aquel matrimonio humilde que les salvó de una muerte segura puso en riesgo su vida y la de sus hijos. Escribía Mermall que nos pasamos la vida tratando de analizar la naturaleza de los criminales cuando el enigma que debiera maravillarnos es el impulso que mueve al bondadoso (149).

I met my old lover
On the street last night (152).

            Finalmente, en mayo se resume lo que Lindo nos transmite en estas Noches sin dormir (la risa es necesaria, incluso en los peores momentos):

Voy sola y sonrío. Si viajo acompañada directamente me río, porque la risa en soledad es inquietante, mucho más que el llanto (166).

            Una vez seleccionados algunas píldoras contra el sueño, comentaremos brevemente otros rasgos que nos permiten trazar una poética de la escritora gaditana.
            Y es que, pese a narradora, Elvira Lindo se sincera, con una dosis de ironía: «A veces voy por la calle y pienso en verso, en verso libre. [...] Si tuviera ahora veinte años,/ si mis tetas fueran las de entonces» (47).
            Noches sin dormir engancha también por las fotografías que acompañan al texto, normalmente relacionado, pero otras como complemento independiente de lo que se dice: «La gente me pregunta que cómo consigo retratar a los personajes tan cerca sin que se den cuenta. No lo sabría explicar muy bien. Hay algo de amor al peligro a ser descubierta, hay caradura y hay pasión por el hallazgo. Ahora abundan las páginas en las redes sobre personas de la calle que el fotógrafo convierte en personajes» (79). Y continúa explicando lo que es para ella esta nueva práctica de mostrar el mundo a partir de una cámara que todos, para bien o para mal, tenemos a nuestro alcance:

A mí me gusta capturar un instante de actividad diaria en la vida de cualquiera, o de ensimismamiento, o de conversación. Una chica que se pinta en el metro, una mujer que lee una carta, una anciana que habla sola. Todos ellos interpretándose con naturalidad a sí mismos, ignorante de la mirada ajena que los observa, los ama, los admira en ese momento, y aprieta el clic con la mera intención de narrar en imágenes aquello que con palabras se diluiría. Un diario paralelo a este otro diario que cuenta lo que la escritora ve mientras vagabundea (80).

            Adjuntamos una de las imágenes que toma Elvira y que tienen que ver con lo que se narra. De modo que también reproducimos la historia paralela. Un texto que en su forma se acerca a una de esas canciones fabulosas.

            Hay, en el boulevard Isaac Bashevis Singer, un librero de viejo que lleva barba de anciano aunque no podrías decir si ya lo es o se lo hace, y gasta gorra de invierno, aunque haya llegado la primavera.
               Hay en el boulevard Isaac Bashevis Singer un librero de viejo que se pasa el día chafardeando con perdedores de tiempo, saludando a vecinos y acariciando perros. A veces, sólo a veces, vende algo.
               Hay en el boulevard Isaac Bashevis Singer un librero de viejo que ha estado allí siempre incluso cuando vivía Bashevis Singer, o antes aún de que desembarcaran en la ciudad los fugitivos del Holocausto (154).

            El humor de la nostalgia y la incomprensión desolada permite que las descripciones más trágicas (como la pérdida o la separación familiar) se contrapongan enseguida con los toques de ironía y acidez cotidiana (entre los que destacan los ratones que circulan por las líneas o avenidas) con los que la creadora de Manolito gafotas todavía (pese a su manifiesto desencanto literario) continúa empujándonos en sus intrahistorias (que si fueran menos verosímiles sus protagonistas entrarían en la microficción).
            La de Carabanchel por adopción nos acerca Nueva York a través de su lente, literalmente. Como fotógrafa es capaz de captar el momento íntimo que, sin embargo, deja de intimidarla. Su valentía para retratar las relaciones humanas con la ciudad nos obliga a seguirla en Instagram (@lindseca) como ocurre en México con Alberto Chimal (@albertochimal) y sus Apariciones. 
            Noches sin dormir es lo que nos espera si seguimos a Elvira Lindo. Ya sea en sus novelas, en la radio o en la prensa. Ojalá sea por mucho tiempo.

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