viernes, 8 de enero de 2016

Woody Allen: el último (in)genio

Lo más importante en la vida es estar distraído
Woody Allen (178)

Hay personas que tienen la increíble capacidad de pasar por la vida transformando y mejorando las de los demás.
Natalio Grueso (Woody Allen: el último genio, 2015: 191)

Woody Allen: el último genio,
por Natalio Grueso
Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) es uno de los artistas más importantes del tránsito entre los siglos xix y xx. Así lo explica, con mejores palabras, Natalio Grueso (Moreda de Aller, Oviedo, 1970) en Woody Allen: el último genio (Plaza Janés, 2015): una bio(-biblio-filmo-fono-)grafía secuenciada por la relación que el escribidor (en su primera acepción) tiene con los temas de sus películas, con España, con Europa y con los referentes que conforman su (in)agotable (in)genio.

            El mes pasado Allan Stewart Koningsberg cumplió ochenta años, siendo ya, universalmente, Woody Allen. Por ello, y aprovechando los múltiples libros y homenajes que se han organizado al respecto estas navidades, empezamos el año nuevo de este blog hablando de él a partir del libro de Grueso. Recomendamos la lectura –ojalá– de estas líneas escuchando (como hice al escribirlas) algunas bandas sonoras que nos trasladan a la noche neoyorquina.
            


En 2006 hice un trabajo sobre Woody
Allen. Hay una palabra que
lo define: genio
            Natalio Grueso empieza su libro describiendo el primer contacto que tuvo con el cinea(rti)sta. De igual modo, a mí me gustaría recordar la primera vez que descubrí la gracia de Allen. Fue hace diez años, en 2006, durante el primer curso de bachillerato. Maruja nos daba una asignatura optativa: Lenguaje y documentación. Debería ser obligada, no solo por la necesidad de conocer ambas disciplinas (las palabras y su fondo), sino también porque la elegimos muchos; y todos la disfrutamos. En esta materia nos propuso un trabajo en el que teníamos que investigar a una figura emblemática del cine o de la música. Lo de emblemática tenía que ver con la existencia (en la entonces iniciática web 2.0) de información suficiente para tratar lo dicho, el lenguaje y la documentación. Aún conservo el trabajo de aquel curso, donde decía que «la figura de Woody Allen marca un antes y un después en el cine moderno». Ahora mantendría el parteaguas, pero cambiaría «cine» por «arte» o «vida» (sinónimos nuestros).
            Le debo pues a esta profesora el gusto por muchas cosas, entre ellas el interés por los textos, que es lo que hace el de Brooklyn; alguien, según Grueso, «que durante más de medio siglo nos ha hecho reír, reflexionar y emocionarnos» (19), las tres cualidades del ser humano.
Woody Allen es (seguramente en este orden) cómico, guionista, actor, director, productor, músico y lector. Puede parecer que lo único que le falte es escribir poesía, pero lo que hace no es incompatible con la electricidad versal. Así lo explica él mismo: «Tanto el verso como el chiste deben contener las palabras justas, exactas, para que sean capaces de lograr el resultado que buscan» (104). ¿Cuál puede ser este resultado? Quizá la pausa que provoca leer o escuchar un juego verbal, vital; el impacto que produce tal reunión de palabras mínimas en el máximo número de gente, de lugares y de años posible. Aunque en EE.UU. no lo valoran como en Francia, por ejemplo, a él le importan un bledo los premios o las críticas. Según confiesa: «El éxito no te va dar más años de vida, ni siquiera sirve para que se te pase un dolor de muelas» (172). Su objetivo es hacer una película cada año para entretenerse, distanciarse de las disputas sin sentido y preocuparse por los problemas sin respuesta.
Woody Allen y Natalio Grueso
Evitando destapar demasiado el libro de Natalio Grueso, veamos algunos fragmentos que ilustran la importancia del americano en Europa, y viceversa.
En 2002 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. El acta del jurado decía así:

Su ejemplar independencia y su agudo sentido crítico le perfilan como un ciudadano del mundo anclado en Nueva York. Toda su obra goza de un estilo propio, y su experimentación en todos los géneros, desde el cine negro al musical, pasando por la tragedia griega y la reinvención de la comedia, ha contribuido al desarrollo del séptimo arte (160).

Contribuir al desarrollo del arte como un engranaje renacentista que conecta el monólogo mudo de Charles Chaplin o Groucho Marx con la Europa de lo rápido y lo efímero, pasando a la histeria.
A propósito de Allen, Grueso concluye:

La cultura es la única herramienta que tiene el ser humano para adentrarse en los abismos de la razón de existir, para no conformarse con la triste idea de que este es el único mundo posible, para desarrollar su capacidad de convivencia, de relación con los demás y con uno mismo (227).

Y es que esta existencia, pese a sus cambios y sus diferencias, mantendrá siempre algo común: la necesidad de contar(nos). El pesimismo de Allen es necesario para que exista su contrario. Y puestos a elegir y a movernos, mejor partir de abajo. Esta es la postura del creador de Manhattan: «La verdad es que soy muy pesimista. Creo que el cine como tú y yo lo hemos conocido ya es parte del pasado» (252).
            Bendito pasado. Que aún vive.
Colección Woody Allen
            Woody Allen: el último genio no solo relaciona el interés del artista universal por los temas universales desde la perspectiva íntima y particular de sus películas y anécdotas (muerte e infidelidad –¿otros sinónimos?–), sino que ubica al creador en una historia y un mundo donde pudiera pensarse que está todo dicho y que la genialidad es una palabra en peligro de extinción. La voz y el conocimiento de Grueso (es decir, su lenguaje y documentación) dan ganas de terminar de leerlo para volver a leerlo y a verlo, en sus películas y en su vida; impulsan a ahorrar y disfrutarlo en sus conciertos de los lunes; empujan a respirar fuerte y a agradecer al médico que le impidió ir a la Guerra de Vietnam por morderse las uñas. Desde aquellos años cincuenta, el discurso de las armas y las letras perdió gustosamente una parte que le permitió y nos permitió disfrutar del pesimismo como una forma de sonreír.
Woody Allen: el documental
            ¿Cómo podemos ver sus películas? La Colección Woody Allen (2012) tiene veinte de sus mejores títulos.
            Si queremos sentarnos tres horas frente a él y sus amigos, Woody Allen: El documental (2013) es una buena opción.
            Cinemanía dedicó su número 240, en septiembre de 2015, al último genio. En esta revista Daniel de Portearroyo desvela el origen de la tipografía de las películas de Woody Allen: «Se llama Windsor, nació en 1905 –¡feliz 110 cumpleaños!– de la mano de Eleisha Pechey y es la tipografía de las secuencias de créditos más sobrias y a la vez más reconocibles de la historia del cine» (52) Sus créditos (anunciantes siempre del mismo equipo de trabajo, incluyendo al recientemente fallecido Jack Rollins), al inicio y al final de la cinta, acompañan al saxofón y al clarinete, al carraspeo y al frotar de ojos del espectador que, un año más, espera con ilusión infantil ver qué ha hecho esta vez el octogenario.
Número 240 de Cinemanía
            En este blog ya hablamos de sus tres últimas películas: Blue Jasmine (2013), Magic in the Moonlight (2014)  e Irrational Man (2015). Su cita anual con la gran pantalla se complementa con el de la pequeña (y cada vez más común): el de la serie por la que firmó con el gigante Amazon (epíteto ya indisoluble). Aún esperamos que se refresquen los rumores sobre su próximo rodaje en Xochimilco (México). De cualquier modo, contexto, época, lugar, argumento… el espejo burlón nos seguirá cuestionando por mucho tiempo.
Gracias, querida maestra.

Felicidades, estimado maestro.

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