Lo más importante en la vida es estar distraído
Woody Allen (178)
Hay personas que tienen la increíble capacidad de
pasar por la vida transformando y mejorando las de los demás.
Natalio Grueso (Woody Allen: el último genio, 2015: 191)
Woody Allen: el último genio, por Natalio Grueso |
Woody Allen
(Brooklyn, Nueva York, 1935) es uno de los artistas más importantes del
tránsito entre los siglos xix y xx. Así lo explica, con mejores
palabras, Natalio Grueso (Moreda de Aller, Oviedo, 1970) en Woody Allen: el último genio (Plaza
Janés, 2015): una bio(-biblio-filmo-fono-)grafía secuenciada por la relación
que el escribidor (en su primera acepción) tiene con los temas de sus películas,
con España, con Europa y con los referentes que conforman su (in)agotable
(in)genio.
El mes pasado Allan Stewart
Koningsberg cumplió ochenta años, siendo ya, universalmente, Woody Allen. Por
ello, y aprovechando los múltiples libros y homenajes que se han organizado al
respecto estas navidades, empezamos el año nuevo de este blog hablando de él a
partir del libro de Grueso. Recomendamos la lectura –ojalá– de estas líneas
escuchando (como hice al escribirlas) algunas bandas sonoras que nos trasladan
a la noche neoyorquina.
En 2006 hice un trabajo sobre Woody Allen. Hay una palabra que lo define: genio |
Natalio Grueso empieza su libro
describiendo el primer contacto que tuvo con el cinea(rti)sta. De igual modo, a
mí me gustaría recordar la primera vez que descubrí la gracia de Allen. Fue
hace diez años, en 2006, durante el primer curso de bachillerato. Maruja nos
daba una asignatura optativa: Lenguaje y documentación. Debería ser obligada,
no solo por la necesidad de conocer ambas disciplinas (las palabras y su
fondo), sino también porque la elegimos muchos; y todos la disfrutamos. En esta
materia nos propuso un trabajo en el que teníamos que investigar a una figura
emblemática del cine o de la música. Lo de emblemática tenía que ver con la
existencia (en la entonces iniciática web 2.0) de información suficiente para
tratar lo dicho, el lenguaje y la documentación. Aún conservo el trabajo de
aquel curso, donde decía que «la figura de Woody Allen marca un antes y un
después en el cine moderno». Ahora mantendría el parteaguas, pero cambiaría «cine»
por «arte» o «vida» (sinónimos nuestros).
Le debo pues a esta profesora el
gusto por muchas cosas, entre ellas el interés por los textos, que es lo que
hace el de Brooklyn; alguien, según Grueso, «que
durante más de medio siglo nos ha hecho reír, reflexionar y emocionarnos» (19),
las tres cualidades del ser humano.
Woody
Allen es (seguramente en este orden) cómico, guionista, actor, director, productor,
músico y lector. Puede parecer que lo único que le falte es escribir poesía,
pero lo que hace no es incompatible con la electricidad versal. Así lo explica
él mismo: «Tanto el verso como el chiste deben contener las palabras justas,
exactas, para que sean capaces de lograr el resultado que buscan» (104). ¿Cuál puede
ser este resultado? Quizá la pausa que provoca leer o escuchar un juego verbal,
vital; el impacto que produce tal reunión de palabras mínimas en el máximo número
de gente, de lugares y de años posible. Aunque en EE.UU. no lo valoran como en
Francia, por ejemplo, a él le importan un bledo los premios o las críticas.
Según confiesa: «El éxito no te va dar más años de vida, ni siquiera sirve para
que se te pase un dolor de muelas» (172). Su objetivo es hacer una película
cada año para entretenerse, distanciarse de las disputas sin sentido y
preocuparse por los problemas sin respuesta.
Woody Allen y Natalio Grueso |
Evitando
destapar demasiado el libro de Natalio Grueso, veamos algunos fragmentos que
ilustran la importancia del americano en Europa, y viceversa.
En
2002 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. El acta del jurado
decía así:
Su ejemplar independencia y su agudo sentido crítico
le perfilan como un ciudadano del mundo anclado en Nueva York. Toda su obra
goza de un estilo propio, y su experimentación en todos los géneros, desde el
cine negro al musical, pasando por la tragedia griega y la reinvención de la
comedia, ha contribuido al desarrollo del séptimo arte (160).
Contribuir
al desarrollo del arte como un engranaje renacentista que conecta el monólogo
mudo de Charles Chaplin o Groucho Marx con la Europa de lo rápido y lo efímero,
pasando a la histeria.
A
propósito de Allen, Grueso concluye:
La cultura es la única herramienta que tiene el ser
humano para adentrarse en los abismos de la razón de existir, para no
conformarse con la triste idea de que este es el único mundo posible, para
desarrollar su capacidad de convivencia, de relación con los demás y con uno
mismo (227).
Y
es que esta existencia, pese a sus cambios y sus diferencias, mantendrá siempre
algo común: la necesidad de contar(nos). El pesimismo de Allen es necesario
para que exista su contrario. Y puestos a elegir y a movernos, mejor partir de
abajo. Esta es la postura del creador de Manhattan: «La verdad es que soy muy
pesimista. Creo que el cine como tú y yo lo hemos conocido ya es parte del
pasado» (252).
Bendito pasado. Que aún vive.
Colección Woody Allen |
Woody
Allen: el último genio no solo relaciona el interés del artista universal
por los temas universales desde la perspectiva íntima y particular de sus
películas y anécdotas (muerte e infidelidad –¿otros sinónimos?–), sino que
ubica al creador en una historia y un mundo donde pudiera pensarse que está
todo dicho y que la genialidad es una palabra en peligro de extinción. La voz y
el conocimiento de Grueso (es decir, su lenguaje y documentación) dan ganas de
terminar de leerlo para volver a leerlo y a verlo, en sus películas y en su
vida; impulsan a ahorrar y disfrutarlo en sus conciertos de los lunes; empujan
a respirar fuerte y a agradecer al médico que le impidió ir a la Guerra de
Vietnam por morderse las uñas. Desde aquellos años cincuenta, el discurso de
las armas y las letras perdió gustosamente una parte que le permitió y nos
permitió disfrutar del pesimismo como una forma de sonreír.
Woody Allen: el documental |
¿Cómo podemos ver sus películas? La Colección Woody Allen (2012) tiene veinte de sus mejores títulos.
Si queremos sentarnos tres horas
frente a él y sus amigos, Woody Allen: El documental (2013) es una buena opción.
Cinemanía
dedicó su número 240, en septiembre de 2015, al último genio.
En esta revista Daniel de Portearroyo desvela el origen de la tipografía de las
películas de Woody Allen: «Se llama Windsor, nació en 1905 –¡feliz 110
cumpleaños!– de la mano de Eleisha Pechey y es la tipografía de las secuencias
de créditos más sobrias y a la vez más reconocibles de la historia del cine»
(52) Sus créditos (anunciantes siempre del mismo equipo de trabajo, incluyendo
al recientemente fallecido Jack Rollins), al inicio y al final de la cinta,
acompañan al saxofón y al clarinete, al carraspeo y al frotar de ojos del
espectador que, un año más, espera con ilusión infantil ver qué ha hecho esta
vez el octogenario.
Número 240 de Cinemanía |
En este blog ya hablamos de sus tres
últimas películas: Blue Jasmine
(2013),
Magic in the Moonlight (2014) e Irrational Man (2015). Su cita
anual con la gran pantalla se complementa con el de la pequeña (y cada vez más
común): el de la serie por la que firmó con el gigante Amazon (epíteto ya indisoluble). Aún esperamos que se refresquen los rumores sobre su
próximo rodaje en Xochimilco (México). De cualquier modo, contexto, época,
lugar, argumento… el espejo burlón nos seguirá cuestionando por mucho tiempo.
Gracias,
querida maestra.
Felicidades, estimado maestro.
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