viernes, 11 de marzo de 2016

La tierra que pisamos

Se ha llevado la pequeña balsa, quizá para poder cruzar él solo el Aqueronte, pues nada tiene con lo que poder pagar al barquero.
Jesús Carrasco

La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016) es la segunda novela de Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972). Tras el mediático éxito de su ópera prima, Intemperie (Seix Barral, 2013), todos anunciaron a bombo y platillo esta obra. Sin embargo, en mi opinión, no cumple con las expectativas. Queda como un relato vaporoso del mutismo que provoca el horror humano.

            ¿Por qué un libro se anuncia y otros no? ¿Qué tiene que hacer quien escribe para que quien lee se entere de su trabajo? ¿Qué intereses mueven las editoriales? ¿Cómo se puede recomendar o priorizar un texto fallido en contra de otros anónimos?
            No es que Intemperie fuera una gran obra, pero tenía una ambientación y un léxico que recuperaba la identidad rural e instintiva de la tradición literaria. Por ello, seguramente, todos esperaban el siguiente trabajo de Jesús Carrasco. Para muchos, es la segunda novela la que consagra a un escritor. Más allá de su argumento (Eva, la mujer de un exoficial, se retrata con Leva, un perdedor no derrotado), su espacio (la España sujeta a la guerra del inicio del siglo pasado) o sus capítulos breves (lo mejor), llama la atención la crítica que ha tenido La tierra que pisamos.
            Por un lado se encuentran quienes la alaban: Óscar López en «A vivir» y Benjamín Prado en «La Ventana», ambos programas de la Cadena Ser (lo que me decepciona); y, por otro, quienes (seguramente porque la han leído) la reprueban: entre ellos, Domingo Ródenas de Moya en El Periódico o Carlos Pardo en El País (lo que me alegra).
            La última novela del pacense, en mi opinión, está bien escrita, pero mal leída. Es decir, si el autor la hubiera repasado quizá se hubiera dado cuenta de que algo no encajaba. Las distintas tramas no se acaban de sostener con la protagonista.
            Veamos algunos fragmentos que muestren lo que decimos. El capítulo 22 cabe en un tuit: «“Trozos de carne.” Lo ha dicho claramente, bajo la sombra espesa de la encina. Ésas han sido sus palabras» (73). Esto será lo único que sale de la boca de Leva, quien llega a Eva, aportándole un recodo. Los «campos de trabajo» (99) fundamentan los espacios que articulan el texto y el contexto. Carrasco se acerca, a pesar de todo lo dicho, a la cultura peninsular y al lenguaje literario. Así termina el capítulo 50 (de 87): «Es una copla muy popular en España. Sonaba por la radio, la interpretaban las orquestas que recorrían los pueblos en fiestas. La cantaban las mujeres en la siega o en los pozos. La tarareará Leva a partir de ahora y será para él, sin saberlo, un ancla empotrada en una roca» (164). Sin embargo, su metáfora enroca en la tierra que pisamos.
            ¿Qué dice el autor a todo esto? Jordi Corominas i Julian lo entrevista para El Confidencial: «Intemperie era un escenario ineludible, mientras en La tierra que pisamos sí hay una intencionalidad para calibrar qué importancia tiene la tierra para los personajes». El necesario programa «Página Dos», del ya citado Óscar López, hizo lo propio hace un par de semanas.


            Nos estamos dando cuenta de que hemos caído en lo que criticamos: estamos promocionando un libro que no nos ha gustado. Nuestra intención era otra: mostrar los extremos que una nueva novela (valga la redundancia) puede provocar. Este género mediático bien podría aprender de otros como el cuento o la poesía.
            Pese a no ser, seguramente, el mejor texto que escriba Carrasco, es un fenómeno interesante por mostrar los intereses editoriales y publicitarios que mueven, tristemente, la literatura. Sea lo que sea esto último.

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