que hablen de amor. No hay nada más sencillo.
Ben Clark («Teorema
de los abismos», [2013] 2016, p. 38)
Es extraño vivir, pertenecer
al reducido mundo en movimiento.
Ben Clark («Difusión
simple», [2013] 2016, p. 64)
La semana
pasada, Ben Clark (Eivissa, 1984) presentó su poemario Los últimos perros de Shackleton (Sloper, 2016) en la librería Pynchon&Co:
el amor es una pendiente fría y dura que escalamos hacia abajo.
El viernes se llenó la librería de
Alicante que más apuesta por la poesía y los talleres, es decir, por la
práctica literaria; es decir, la de Calle Poeta Quintana (una frase sin verbo).
Así lo prueba el I Certamen de Relatos Cortos para escritores noveles que
organiza con la UA.
Luis Bagué presentó a Ben Clark con
la fuerza y la claridad que su voz, también poética, le confiere. Antes de leer
algunos poemas de Los últimos perros de
Shackleton, Clark pidió un aplauso para Bagué por el Premio de Relatos Cortes de Cádiz que esa misma tarde le habían otorgado.
Ahora bien, tales galardones no se
explican sin un buen texto. Y ambos, Bagué y Clark, demostraron el porqué de su
éxito. Los últimos perros de Shackleton vio
la luz en México hace tres años, en 2013. Ahora hace lo propio en nuestro país
con un lenguaje sencillo, un tema universal, un personaje desconocido: pero un
libro distinto.
El prólogo es un canto invencible: «Porque
resistimos, conquistamos». Tal consigna de Shackleton es la que sigue Clark en
el inicio de su declaración de intenciones: «Cuando parece que todo está dicho,
que todo está escrito y todo inventado, no resulta demasiado difícil hallar
metáforas de cualquier cosa en cualquier parte» (9).
Compuesto por cinco partes («I.
Canción de amor de dos guisantes», «II. El Cazador», «III. Teorema de los
abismos», «IV. La fascinación de lo difícil» y «V. Sesenta y nueve perros en el
polo»), el poemario cuenta una historia mediante textos autónomos y punzantes.
Solo hay dos palabras que tuve que buscar en el diccionario: «pésoles» (18) y «batiscafo»
(39). Ambas, en plural y singular, circulan deductivamente bajo las aguas del
polo.
«I. Canción de amor de dos guisantes»
recrea el pasado blanco y frío del explorador polar anglo-irlandés Ernest
Shackleton (1874-1922), tal como Jorge Esquinca dialoga con Emily Dickinson en Cámara nupcial.
Seguidamente, «II. El Cazador» busca
el amor en rincones pantanosos. Ella es «hermosa/ como todas las cosas
vulnerables» (28). Este libro de Clark me recuerda a El arrecife… de Mireya Cueto (cfr. 32).
En esta misma línea de la tradición
poética de México, en la que podría caber este poeta español de origen británico,
«III. Teorema de los abismos» estudia la epístola como forma versal entre el
sujeto y el objeto poético. El diálogo que Clark rescata de Ibsen, a modo de
exergo, es la imagen de Titanic: «Dos
náufragos en una tabla están/ mejor que cada uno en la suya» (37).
«IV. La fascinación de lo difícil»
describe el aprendizaje solar al que se refiere Bagué por la leyenda de Ícaro. Los
últimos perros ladran la herencia de César, Darwin, Herzog o Tennant, renovándola.
Los tres asteriscos (***) que dividen las partes de un texto se transforman en
un igual (=). La poesía y las matemáticas tienen signos comunes «Desde la isla
sin trenes» (cfr. 38). En este simbolismo destaca la presencia de hormigas
(cfr. 50 y 51), algo común en la poesía reciente. Clark recitó en Pynchon un
poema que suena a la guerra de siempre. Su estribillo desde el primer y último
verso es la esperanza que se esparce: «contra todo florecen los almendros» (54
y 55). En el cuarto poemario de Los
últimos perros de Shackleton viene el poema que más me impacta: «Mayday»
(cfr. 57). Sobre todo por el final. Es conciso y sugerente, como la mayoría de
los textos de Clark. Podríamos copiarlo aquí, pero mejor compren el libro.
Por último, «V. Sesenta y nueve
perros en el polo» es un lamento por el error de la muerte de la vida y del
amor (valga la redundancia). Sus prosas «Emily Dorman» (cfr. 70) y «La hora del
paseo II» (cfr. 72) recuerdan al Cuaderno
de Borneo de Francisco Hernández por la narración en primera persona, el
ritmo negro y las frases impares que cicatrizan con el humor y el amor.
Encontramos, pues, rasgos de la poesía mexicana en Clark; quizá se deba a que Los últimos perros de Shackleton apareció primero allí. Los canes se acercan a nosotros, quieren que los saquemos a la
calle. Ahora bien, ¿quién correa a quién? Tal es el interrogante de «La hora
del paseo»:
Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados (68).
Mañana es sábado.
La poesía es siempre.
![]() |
Ben Clark y Luis Bagué en la librería Pynchon |
El poeta también recitó textos de La fiera (Sloper, 2014), por el que
obtuvo el Premio El Ojo Crítico de RNE de Poesía 2014.
En este libro, el poema «Campus» concentra en pocos versos el humor y la
crítica de la etapa estudiantil.
Clark rompe el hielo y se quema al
enfrentarse con el amor frío. No obstante, lo descongela y se sumerge en él con nosotros.
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