viernes, 25 de marzo de 2016

Los últimos perros de Shackleton

Me pides que no escriba más poemas
que hablen de amor. No hay nada más sencillo.
Ben Clark («Teorema de los abismos», [2013] 2016, p. 38)

Es extraño vivir, pertenecer
al reducido mundo en movimiento.
Ben Clark («Difusión simple», [2013] 2016, p. 64)


La semana pasada, Ben Clark (Eivissa, 1984) presentó su poemario Los últimos perros de Shackleton (Sloper, 2016) en la librería Pynchon&Co: el amor es una pendiente fría y dura que escalamos hacia abajo.

            El viernes se llenó la librería de Alicante que más apuesta por la poesía y los talleres, es decir, por la práctica literaria; es decir, la de Calle Poeta Quintana (una frase sin verbo). Así lo prueba el I Certamen de Relatos Cortos para escritores noveles que organiza con la UA.
            Luis Bagué presentó a Ben Clark con la fuerza y la claridad que su voz, también poética, le confiere. Antes de leer algunos poemas de Los últimos perros de Shackleton, Clark pidió un aplauso para Bagué por el Premio de Relatos Cortes de Cádiz que esa misma tarde le habían otorgado. 
            Ahora bien, tales galardones no se explican sin un buen texto. Y ambos, Bagué y Clark, demostraron el porqué de su éxito. Los últimos perros de Shackleton vio la luz en México hace tres años, en 2013. Ahora hace lo propio en nuestro país con un lenguaje sencillo, un tema universal, un personaje desconocido: pero un libro distinto.
            El prólogo es un canto invencible: «Porque resistimos, conquistamos». Tal consigna de Shackleton es la que sigue Clark en el inicio de su declaración de intenciones: «Cuando parece que todo está dicho, que todo está escrito y todo inventado, no resulta demasiado difícil hallar metáforas de cualquier cosa en cualquier parte» (9).
            Compuesto por cinco partes («I. Canción de amor de dos guisantes», «II. El Cazador», «III. Teorema de los abismos», «IV. La fascinación de lo difícil» y «V. Sesenta y nueve perros en el polo»), el poemario cuenta una historia mediante textos autónomos y punzantes. Solo hay dos palabras que tuve que buscar en el diccionario: «pésoles» (18) y «batiscafo» (39). Ambas, en plural y singular, circulan deductivamente bajo las aguas del polo.
            «I. Canción de amor de dos guisantes» recrea el pasado blanco y frío del explorador polar anglo-irlandés Ernest Shackleton (1874-1922), tal como Jorge Esquinca dialoga con Emily Dickinson en Cámara nupcial.
            Seguidamente, «II. El Cazador» busca el amor en rincones pantanosos. Ella es «hermosa/ como todas las cosas vulnerables» (28). Este libro de Clark me recuerda a El arrecife… de Mireya Cueto (cfr. 32).
            En esta misma línea de la tradición poética de México, en la que podría caber este poeta español de origen británico, «III. Teorema de los abismos» estudia la epístola como forma versal entre el sujeto y el objeto poético. El diálogo que Clark rescata de Ibsen, a modo de exergo, es la imagen de Titanic: «Dos náufragos en una tabla están/ mejor que cada uno en la suya» (37).
            «IV. La fascinación de lo difícil» describe el aprendizaje solar al que se refiere Bagué por la leyenda de Ícaro. Los últimos perros ladran la herencia de César, Darwin, Herzog o Tennant, renovándola. Los tres asteriscos (***) que dividen las partes de un texto se transforman en un igual (=). La poesía y las matemáticas tienen signos comunes «Desde la isla sin trenes» (cfr. 38). En este simbolismo destaca la presencia de hormigas (cfr. 50 y 51), algo común en la poesía reciente. Clark recitó en Pynchon un poema que suena a la guerra de siempre. Su estribillo desde el primer y último verso es la esperanza que se esparce: «contra todo florecen los almendros» (54 y 55). En el cuarto poemario de Los últimos perros de Shackleton viene el poema que más me impacta: «Mayday» (cfr. 57). Sobre todo por el final. Es conciso y sugerente, como la mayoría de los textos de Clark. Podríamos copiarlo aquí, pero mejor compren el libro.
            Por último, «V. Sesenta y nueve perros en el polo» es un lamento por el error de la muerte de la vida y del amor (valga la redundancia). Sus prosas «Emily Dorman» (cfr. 70) y «La hora del paseo II» (cfr. 72) recuerdan al Cuaderno de Borneo de Francisco Hernández por la narración en primera persona, el ritmo negro y las frases impares que cicatrizan con el humor y el amor. Encontramos, pues, rasgos de la poesía mexicana en Clark; quizá se deba a que Los últimos perros de Shackleton apareció primero allí. Los canes se acercan a nosotros, quieren que los saquemos a la calle. Ahora bien, ¿quién correa a quién? Tal es el interrogante de «La hora del paseo»:

Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados (68).

            Mañana es sábado.
            La poesía es siempre.

Ben Clark y Luis Bagué en la librería Pynchon

            El poeta también recitó textos de La fiera (Sloper, 2014), por el que obtuvo el Premio El Ojo Crítico de RNE de Poesía 2014. En este libro, el poema «Campus» concentra en pocos versos el humor y la crítica de la etapa estudiantil.



            Clark rompe el hielo y se quema al enfrentarse con el amor frío. No obstante, lo descongela y se sumerge en él con nosotros.

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