viernes, 17 de junio de 2016

La paz perpetúa

Un cementerio es el único lugar que garantiza la paz perpetua

Estos días se viene representando la obra de teatro La paz perpetua en El Colegio Nacional, sustentada por un debate posterior en el que participan importantes escritores de México como Vicente Quirarte o Juan Villoro. La (de)formación terrorista es un problema vigente para reflexionar y repensar nuestra situación de «millones de hombres viviendo como perros».

            En el verbo representar aparecen las dos marcas que hacen de una obra un clásico: la reiteración del prefijo y la novedad del verbo presente. La paz perpetua, de Juan Mayorga, está dirigida ahora por Mariana Giménez, casi una década después de que el dramaturgo español presentara el texto en el Centro Dramático Nacional, bajo la dirección de Gerardo Vera o José Luis Gómez.
            Hay varios artículos que analizan dicho trabajo. Manuel Barrera Benítez (Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga) investiga los andamios de la tradición filosófica, literaria y dramática en «Estructura y sentido de La paz perpetua de Juan Mayorga», en Acotaciones (2009). Por su parte, Simone Trecca (Università degli Studi Roma Tre, Italia) publica en la Revista Signa 20 (2011) «Terrorismo y violencia en La paz perpetua, de Juan Mayorga», donde se plantea una lectura que atiende a la tortura, la violencia, la autoridad y la justicia.
            Menos formal, @EsperanzaM87 «responde con un texto que recoge el debate abierto en occidente desde que se produjo el atentado de las Torres gemelas». En esta obra de 2008 intuimos al creador que posteriormente retomará La vida es sueño o Don Juan Tenorio con Blanca Portillo. Fue precisamente en México donde vi por primera vez un escenario rodeado por público: una isla; o un archipiélago. En el Teatro Santa Catarina, en Coyoacán, los asistentes ocupaban el decorado que, por sus gestos, recibía y respondía al juego teatral.


            Como es habitual en Mayorga, los diálogos, los escorzos de los actores hermafroditas y la música crean o recrean la situación que ofrece con una máscara que, finalmente, acaba cogiendo y poniéndose el público sin hacer otra cosa que mirarse a sí mismo, cual perro que vuelve a casa con el rabo gacho y las orejas en alto. En esta ocasión, la labor de Mariana Giménez revitaliza y adapta el conflicto a la idiosincrasia mexicana. 
            Hace un par y medio de años, Max Barbosa entrevistó la directora en TeatroenMiami, destacando la valoración del tema que retrata La paz perpetua:

El propósito de una obra de teatro es crear un campo de reflexión sobre una pregunta. La paz perpetua formula varias que se articulan entre sí: ¿Garantizar la seguridad de muchos seres humanos justifica violentar los derechos de unos pocos? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar para defender nuestros principios? ¿Cómo distinguir qué es ficción y qué realidad en el escenario diario planteado por los medios de comunicación? ¿Es posible mantenerse en el poder sin corromperse? ¿El fin justifica los medios? ¿Es factible desarrollar una estrategia para frenar las intervenciones de los estados poderosos sobre los más débiles? El objetivo de una puesta parte de una o varias preguntas que se multiplican en otras tantas que formula el espectador al verla. Las preguntas nos llevan a dudar, confrontar, cuestionar, en definitiva, modifican la conciencia del espectador y lo mueve de lugar, lo sacude.

Mariana Giménez, Mario Espinosa y Marco Antonio García
            El hecho de que este acto organizado por El Colegio Nacional pueda seguirse en vivo desde su página web (que últimamente no viene funcionando también como nos acostumbraron), permite seguir la escena y la catarsis. Esta semana Mario Espinosa acompañó a la directora, Giménez. Días antes, Diego Valadés y Luis de Tavira hicieron lo propio, antes de que Juan Villoro y Pedro Stepanenko cierren el ciclo que abre el teatro al diálogo con el público, la crítica y otras artes. Orlando, Ayotzinapa, Charlie Hebdo, Atocha... son letras maltratadas por quienes ladran irracionalmente. El terror es un istmo. El crimen interrumpe, degrada, quiebra. La paz perpetúa. También el arte.

            El próximo lunes, día 20 de junio, se celebra la última sesión con entrada libre y transmisión en vivo. Participará Juan Villoro, reciente Premio de Poesía Ramón López VelardeSapere aude.

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