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Como si de una plaga venenosa se tratara, fueron bajando de
la lancha oxidada. El agua les llegaba al cuello, como al resto de los
bañistas, pero no parecían disfrutar. Iban vestidos. Quizá demasiado. Les
costaba moverse entre el resto, que los miraba como a ese grupo forastero que
llega al pueblo en verano. Se habían equivocado.
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