sábado, 13 de diciembre de 2014

Geografía y paisaje en las artes españolas e hispanoamericanas



Durante los días 10 y 11 de diciembre se celebró el seminario “Geografía y paisaje en la literatura española e hispanoamericana” en el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB), en la Universidad de Alicante. No obstante, además de literatura, otras artes como la pintura o la fotografía explicaron e ilustraron el paisaje que, aunque Teodosio Fernández no sabía qué era, entendimos como la naturaleza que nos rodea y nos conmueve.


En la inauguración, Ulpiano Lada (Director del Departamento de Filología española, Lingüística general y Teoría de la literatura), Juan Mesa (Decano de la Facultad de Filosofía y Letras), Jorge Olcina (Director del Seminario) y Eva Valero (Directora del Seminario y del CeMaB) recordaron que el paisaje es uno de los temas más importantes de la poesía, ya desde Horacio o Plinio el Joven, y causa y efecto de quien mira.
 
Ulpiano Lada, Juan Mesa, Eva Valero y Jorge Olcina en la inauguración
De las diez conferencias (las navegables “Lecturas históricas de los paisajes mediterráneos”, de Armando Alberola; la sorpresa de “La fascinación de los paisajes del Nuevo Mundo en la obra de los Cronistas de Indias: la Historia Natural y Moral de José de Acosta”, de Jorge Olcina; la agavización de “La literatura mexicana y el paisaje, tres escritores de Jalisco”, de Manuel Mollá; la llana “Geografía y paisaje en la obra de la Generación del 98”, de Nicolás Ortega; la añoranza de “Urdir paisajes. Del análisis a la producción de emociones”, de Juan Ojeda y Juan Villa; el natural recorrido de “Héroes de la literatura hispanoamericana: «las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras...», de Eva Valero; lo aguatado de “El paisaje literario de Chapultepec: la Arcadia perdida en la ciudad de México”, de Víctor M. Sanchis; los llamados “Paisajes para el romanticismo hispanoamericano”, de Teodosio Fernández; la heterogeneidad de “Alonso de Santa Cruz y su «Islario general» (ca. 1550)”, de Rosa Pellicer; y la impresión “De paisaje, geografía y literatura chilena: la obra de Raúl Zurita”, de José C. Rovira) reflexionaremos brevemente a continuación; centrándonos, sobre todo, en las que tienen que ver con las variedades poéticas de Hispanoamérica.

¿Qué tienen en común la poesía y la pintura? Según Teodosio Fernández son dos artes totalmente diferentes. Sin embargo, demostró lo contrario. A través de la imagen leemos el paisaje, y a través del texto lo imaginamos. Por tanto, los trabajaos que aúnan ambas formas de sentir, los cuales se vienen desarrollando con fuerza en los últimos años, son necesarios para explicar la literatura; y para explicarnos. Desde la poesía pictórica de Vicente Quirarte al fotopoemario de Poesía de alta traición (cuyos autores, Beatriz G. Ramírez, Juan Sanz y Manuel A. Velandia, presentaron en El Campello el 11 de diciembre, casualmente empalmando con el término del seminario), por ejemplo, se establece una vinculación que se debe, en parte (seguramente), a la cultura de la imagen en la que vivimos, la cual transforma y expande la geografía, el paisaje y sus concepciones.
 
Manuel A. Velandia, Beatriz G. Ramírez y Juan Santz en la presentación de PDAT
Margo Glantz define el Pedro páramo de Juan Rulfo como “un texto repleto de hojas”. Algunos dicen que el mexicano era mejor fotógrafo que escritor. De lo que no hay duda es de que su mirada panorámica se enriqueció con ambas, enriqueciendo por ende el paisaje del maguey y la herradura. Eva Valero recoge las diferencias físicas entre España e Hispanoamericana a través de la literatura hispanoamericana: desde 1492 hasta el siglo XIX, con algunas referencias del XX. Semejante empresa se resume en tres ideas: las independencias (desde 1810) fueron un parteaguas en la relación con los términos geopolíticos, la espontánea comparación de lo desconocido con lo conocido (magnificando), y el reclamo (español) y la defensa (americana) de la exuberancia natural.
La fotografía de Juan Rulfo

Arturo Uslar Pietri personifica la naturaleza (más tarde ciudad) en “Tiempo de Indias” (texto digitalizado en Persee). En tales descripciones, Colón se empieza a construir como héroe. El paisaje, presente, se proyecta al futuro (prometedor) al hablar de “los ríos y de las minas, y del oro y de otros metales preciosos”. Asimismo, Gabriel García Márquez defiende en “Sobre realidad y literatura” (disponible online en El País del 1 de julio de 1981) que “sería necesario crear todo un sistema de palabras nuevas para tomar nuestra realidad”. Esta novedad también requeriría de una literatura, que desembocaría en el realismo mágico.

La quimera, el ideal, es lo que mueve al ser humano por esa naturaleza. Tal como lo expone Alonso de Ercilla en La Araucana (1569-1590), a partir de una tierra “yerta”; en contraste con la “fertilísima” de Colón. Estamos pues ante un objetivo mitificador para enaltecer ese pueblo mapuche. La dualidad enriquece. Es un discurso de ideas preindependentistas. Colón ensalza la naturaleza para que los reyes inviertan en tan próspera labor; en cambio, de Ercilla alaba la exuberancia para demostrar la autosuficiencia, la autogestión. Hay diversidad de opiniones en torno a la naturaleza americana: unas (como Eva Valero muestra) achacan la inexistencia de caballos o elefantes al clima; y otras (según Jorge Olcina) deben la diversa fauna y flora a las condiciones meteorológicas.

Andrés Bello merece especial atención por ser el primero en conjugar la exaltación de la naturaleza americana con la grandiosidad épica de las guerras independentistas. Su “Alocución a la poesía” (1823) inaugura la poética de independencia: cultural y política. Defiende el tópico de “menosprecio de corte y alabanza de aldea”: América es el espacio ideal para la poesía, pues se conserva la belleza inocente de la virginidad. Los europeos, pues, se animaban a ir a América. Como ahora.

Esteban Echeverría publica en La cautiva (1837) las incipientes constantes de un romanticismo que desembocará en la poesía gauchesca; sobre la que diserta Teodosio Fernández a partir de la pintura. Existe entonces una dimensión interna del paisaje, un subjetivismo que radica en el yo poético, y un paisaje poético que surge del sujeto que contempla un escenario como estado de ánimo.
 
Alto en el campo, de Prilidiano Pueyrredón

Domingo Faustino Sarmiento considera en Facundo o Civilización y barbarie (1845) al paisaje como algo incomprensible. Para Alexander von Humboldt la pampa encarna la visión infinita del océano.
Chapultepec

El agua purifica. Su presencia en constante en la poesía de América. Con la desecación de la laguna de México el chapulín tuvo que refugiarse en la montaña. Chapultepec se convierte en el mejor asentamiento por los manantiales de las aguas del cerro, tal como nos explica Víctor M. Sanchis. La ciudad es un microcosmos donde las culturas se conjugan. Prueba de ello es el “Poema de amor en la ciudad de México” (ca. 1900) de Homero Aridjis:

En este valle rodeado de montañas había un lago,
y en medio del lago una ciudad,
donde un águila desgarraba una serpiente
sobre una planta espinosa de la tierra.

Una mañana llegaron hombres barbados a caballo
y arrasaron los templos de los dioses,
los palacios, los muros, los panteones,
y cegaron las acequias y las fuentes.

Sobre sus ruinas, con sus mismas piedras
los vencidos construyeron las casas de los vencedores,
erigieron las iglesias de su Dios, y las calles
por las que corrieron los días hacia su olvido.

Siglos después, las multitudes la conquistaron de nuevo,
subieron a los cerros, bajaron a las barrancas,
entubaron los ríos, talaron árboles,
y la ciudad comenzó a morir de sed.

Una tarde, por una avenida multitudinaria, una mujer
vino hacia a mí,
y toda la noche y todo el día
anduvimos las calles sin nombre, los barrios desfigurados
de México-Tenochtitlán-Distrito Federal.

Entre paquetes humanos y embotellamientos de coches,
por plazas, mercados y hoteles,
conocimos nuestros cuerpos,
hicimos de los dos un cuerpo.

Cuando ella se fue, la ciudad se quedó sola,
con sus muchedumbres,
su lago desecado, su cielo de nebluno
y sus montañas invisibles.
Cañada de Metlac, de José María Velasco
Humboldt (1803) y Maximiliano y Carlota (1864) en Chapultepec fueron ejemplo de la transformación humana a partir del paisaje, y viceversa. La Nueva grandeza mexicana (1947) de Salvador Novo o las Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso anteceden a Chapultepec: Calzada de los poetas (ca. 1900) de José Emilio Pacheco. Si el paisaje hablara (¿no lo hace?), seguramente citaría a Pacheco: “Extraña sensación esta vida inmóvil/ que sólo se reanima cuando alguien los lee”.

La escala de América tiene una dimensión distinta a la occidental. Juan Ojeda recomienda la tesis Legado precolombino peruano a la construcción de paisajes andinos de Paula Ermila Rivasplata Varillas que publica la Editorial Académica Española.

La selva se noveliza. Los Nobel Mistral y Neruda contribuyen a ello desde los versos, por ejemplo, de “Amor América (1400)”; que abren el Canto general (1950):

Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias. [...]

Antes de la conquista está el paisaje, la geografía, la literatura... las artes. De los ríos arteriales de Neruda llegamos a las cumbres de Zurita. Y en esta reunión de dos de los mejores poetas (no ya de Chile, ni de América; sino de la poesía) cabe destacar un aspecto reiterado en el seminario “Geografía y paisaje”: el sentido de los ríos se invierte, del mar al monte. Ya no son “las vidas que van a dar en la mar” del mortuorio Manrique. Las aguas, en cambio, llegan al cielo, al ciclo eterno que es el paisaje, y la poesía. Para Raúl Zurita: “una sola imagen de los nevados, del Pacífico o de nuestros ríos [calvos], contiene más alma que todas las que pueda exhibir la historia”.

Estas palabras de su ensayo “Nuestros rasgos en el cielo” conectan con las ideas de José C. Rovira al respecto. La vida es un conjunto de planos, de viajes, de lugares... una cartografía, en fin, de nuestra propia raza. Para Rovira, México y Chile son las ciudades de América y de la literatura, no necesariamente en ese orden. Chile es la naturaleza. La fotografía es una manera de fijar lo que nos dice un texto. Los libros de Zurita Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982) son de autodestrucción, pero con un amor especial. Ejemplo de ello es el Canto a su amor desaparecido (1985).
Raúl Zurita es un poeta que trabaja con esquemas de geografía concreta. Así lo demuestran las miles de páginas digitalizadas que todavía esperan el trabajo de la investigación para desentrañar los recovecos que dejan la poesía y la pintura en su unión. Esta geografía mítico-poética se asienta en una poesía narrativa, fundamentalmente. Recordemos que los ríos de Zurita ascienden al cielo, como decía Eva Valero y ahora retoma José C. Rovira. Hiroshima y Nagaski simbolizan la destrucción de la que hablábamos anteriormente, y que ahora podemos definir como paisajes de la desolación (de los que se hablará en el Congreso Internacional que se celebra próximamente en la Universidad de Alicante).

El director de cine japonés, Akira Kurosawa, influye en los espacios desolados que Zurita poetiza. Extraemos de “Paisaje y literatura, o los fantasmas de la otredad”, de Claudio Guillén, lo que podría ser la síntesis del seminario “Geografía y paisaje”: construir un paisaje es un mecanismo cultural. Con l´art de la terre el paisaje se hace texto. De este modo escribe Zurita La vida nueva (1994) en el cielo de Nueva York el 2 de junio de 1982.



La fantasmagoría de caras y cuerpos en el abigarrado cielo es pintada por el Miguel Ángel de los pobres del mundo: Zurita. El que pronto será investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante es la bisagra que cierra el seminario “Geografía y paisaje en la literatura española e hispanoamericana” y abre el Coloquio Internacional “Alegoría de la desolación y la esperanza: Raúl Zurita y la poesía latinoamericana actual”.

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