Durante los días 10 y 11 de diciembre se
celebró el seminario “Geografía y paisaje en la literatura española e
hispanoamericana” en el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti
(CeMaB), en la Universidad de Alicante. No obstante, además de literatura,
otras artes como la pintura o la fotografía explicaron e ilustraron el paisaje
que, aunque Teodosio Fernández no sabía qué era, entendimos como la naturaleza
que nos rodea y nos conmueve.
En la inauguración, Ulpiano Lada
(Director del Departamento de Filología española, Lingüística general y Teoría
de la literatura), Juan Mesa (Decano de la Facultad de Filosofía y Letras),
Jorge Olcina (Director del Seminario) y Eva Valero (Directora del Seminario y
del CeMaB) recordaron que el paisaje es uno de los temas más importantes de la
poesía, ya desde Horacio o Plinio el Joven, y causa y efecto de quien mira.
De las diez conferencias (las navegables
“Lecturas históricas de los paisajes mediterráneos”, de Armando Alberola; la
sorpresa de “La fascinación de los paisajes del Nuevo Mundo en la obra de los
Cronistas de Indias: la Historia Natural
y Moral de José de Acosta”, de Jorge Olcina; la agavización de “La
literatura mexicana y el paisaje, tres escritores de Jalisco”, de Manuel Mollá;
la llana “Geografía y paisaje en la obra de la Generación del 98”, de Nicolás
Ortega; la añoranza de “Urdir paisajes. Del análisis a la producción de
emociones”, de Juan Ojeda y Juan Villa; el natural recorrido de “Héroes de la
literatura hispanoamericana: «las sierras y las montañas y las vegas y las
campiñas y las tierras...», de Eva Valero; lo aguatado de “El paisaje literario
de Chapultepec: la Arcadia perdida en la ciudad de México”, de Víctor M.
Sanchis; los llamados “Paisajes para el romanticismo hispanoamericano”, de
Teodosio Fernández; la heterogeneidad de “Alonso de Santa Cruz y su «Islario
general» (ca. 1550)”, de Rosa Pellicer; y la impresión “De paisaje, geografía y
literatura chilena: la obra de Raúl Zurita”, de José C. Rovira) reflexionaremos
brevemente a continuación; centrándonos, sobre todo, en las que tienen que ver
con las variedades poéticas de Hispanoamérica.
¿Qué tienen en común la poesía y la
pintura? Según Teodosio Fernández son dos artes totalmente diferentes. Sin
embargo, demostró lo contrario. A través de la imagen leemos el paisaje, y a
través del texto lo imaginamos. Por tanto, los trabajaos que aúnan ambas formas
de sentir, los cuales se vienen desarrollando con fuerza en los últimos años,
son necesarios para explicar la literatura; y para explicarnos. Desde la poesía
pictórica de Vicente Quirarte al fotopoemario de Poesía de alta traición (cuyos autores, Beatriz G. Ramírez, Juan
Sanz y Manuel A. Velandia, presentaron en El Campello el 11 de diciembre,
casualmente empalmando con el término del seminario), por ejemplo, se establece
una vinculación que se debe, en parte (seguramente), a la cultura de la imagen
en la que vivimos, la cual transforma y expande la geografía, el paisaje y sus
concepciones.
Margo Glantz define el Pedro páramo de Juan Rulfo como “un
texto repleto de hojas”. Algunos dicen que el mexicano era mejor fotógrafo que
escritor. De lo que no hay duda es de que su mirada panorámica se enriqueció
con ambas, enriqueciendo por ende el paisaje del maguey y la herradura. Eva
Valero recoge las diferencias físicas entre España e Hispanoamericana a través
de la literatura hispanoamericana: desde 1492 hasta el siglo XIX, con algunas
referencias del XX. Semejante empresa se resume en tres ideas: las
independencias (desde 1810) fueron un parteaguas en la relación con los
términos geopolíticos, la espontánea comparación de lo desconocido con lo
conocido (magnificando), y el reclamo (español) y la defensa (americana) de la
exuberancia natural.
La fotografía de Juan Rulfo |
Arturo Uslar Pietri personifica la
naturaleza (más tarde ciudad) en “Tiempo de Indias” (texto digitalizado en Persee).
En tales descripciones, Colón se empieza a construir como héroe. El paisaje,
presente, se proyecta al futuro (prometedor) al hablar de “los ríos y de las
minas, y del oro y de otros metales preciosos”. Asimismo, Gabriel García
Márquez defiende en “Sobre realidad y literatura” (disponible online en El País del 1 de julio de 1981)
que “sería necesario crear todo un sistema de palabras nuevas para tomar
nuestra realidad”. Esta novedad también requeriría de una literatura, que
desembocaría en el realismo mágico.
La quimera, el ideal, es lo que mueve al
ser humano por esa naturaleza. Tal como lo expone Alonso de Ercilla en La Araucana (1569-1590), a partir de una
tierra “yerta”; en contraste con la “fertilísima” de Colón. Estamos pues ante
un objetivo mitificador para enaltecer ese pueblo mapuche. La dualidad
enriquece. Es un discurso de ideas preindependentistas. Colón ensalza la
naturaleza para que los reyes inviertan en tan próspera labor; en cambio, de
Ercilla alaba la exuberancia para demostrar la autosuficiencia, la autogestión.
Hay diversidad de opiniones en torno a la naturaleza americana: unas (como Eva
Valero muestra) achacan la inexistencia de caballos o elefantes al clima; y
otras (según Jorge Olcina) deben la diversa fauna y flora a las condiciones meteorológicas.
Andrés Bello merece especial atención
por ser el primero en conjugar la exaltación de la naturaleza americana con la
grandiosidad épica de las guerras independentistas. Su “Alocución a la poesía”
(1823) inaugura la poética de independencia: cultural y política. Defiende el
tópico de “menosprecio de corte y alabanza de aldea”: América es el espacio
ideal para la poesía, pues se conserva la belleza inocente de la virginidad.
Los europeos, pues, se animaban a ir a América. Como ahora.
Esteban Echeverría publica en La cautiva (1837) las incipientes
constantes de un romanticismo que desembocará en la poesía gauchesca; sobre la
que diserta Teodosio Fernández a partir de la pintura. Existe entonces una
dimensión interna del paisaje, un subjetivismo que radica en el yo poético, y
un paisaje poético que surge del sujeto que contempla un escenario como estado
de ánimo.
Alto en el campo, de Prilidiano Pueyrredón |
Domingo Faustino Sarmiento considera en Facundo o Civilización y barbarie (1845) al paisaje como algo
incomprensible. Para Alexander von Humboldt la pampa encarna la visión infinita
del océano.
Chapultepec |
El agua purifica. Su presencia en
constante en la poesía de América. Con la desecación de la laguna de México el
chapulín tuvo que refugiarse en la montaña. Chapultepec se convierte en el
mejor asentamiento por los manantiales de las aguas del cerro, tal como nos
explica Víctor M. Sanchis. La ciudad es un microcosmos donde las culturas se
conjugan. Prueba de ello es el “Poema de amor en la ciudad de México” (ca.
1900) de Homero Aridjis:
En
este valle rodeado de montañas había un lago,
y
en medio del lago una ciudad,
donde
un águila desgarraba una serpiente
sobre
una planta espinosa de la tierra.
Una
mañana llegaron hombres barbados a caballo
y
arrasaron los templos de los dioses,
los
palacios, los muros, los panteones,
y
cegaron las acequias y las fuentes.
Sobre
sus ruinas, con sus mismas piedras
los
vencidos construyeron las casas de los vencedores,
erigieron
las iglesias de su Dios, y las calles
por
las que corrieron los días hacia su olvido.
Siglos
después, las multitudes la conquistaron de nuevo,
subieron
a los cerros, bajaron a las barrancas,
entubaron
los ríos, talaron árboles,
y
la ciudad comenzó a morir de sed.
Una
tarde, por una avenida multitudinaria, una mujer
vino
hacia a mí,
y
toda la noche y todo el día
anduvimos
las calles sin nombre, los barrios desfigurados
de
México-Tenochtitlán-Distrito Federal.
Entre
paquetes humanos y embotellamientos de coches,
por
plazas, mercados y hoteles,
conocimos
nuestros cuerpos,
hicimos
de los dos un cuerpo.
Cuando
ella se fue, la ciudad se quedó sola,
con
sus muchedumbres,
su
lago desecado, su cielo de nebluno
y
sus montañas invisibles.
Cañada de Metlac, de José María Velasco |
Humboldt (1803) y Maximiliano y Carlota
(1864) en Chapultepec fueron ejemplo de la transformación humana a partir del
paisaje, y viceversa. La Nueva grandeza
mexicana (1947) de Salvador Novo o las Noticias
del imperio (1987) de Fernando del Paso anteceden a Chapultepec: Calzada de los poetas (ca. 1900) de José Emilio
Pacheco. Si el paisaje hablara (¿no lo hace?), seguramente citaría a Pacheco: “Extraña
sensación esta vida inmóvil/ que sólo se reanima cuando alguien los lee”.
La escala de América tiene una dimensión
distinta a la occidental. Juan Ojeda recomienda la tesis Legado precolombino peruano a la construcción de paisajes andinos
de Paula Ermila Rivasplata Varillas que publica la Editorial Académica Española.
La selva se noveliza. Los Nobel Mistral
y Neruda contribuyen a ello desde los versos, por ejemplo, de “Amor América
(1400)”; que abren el Canto general
(1950):
Antes
que la peluca y la casaca
fueron
los ríos, ríos arteriales:
fueron
las cordilleras, en cuya onda raída
el
cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue
la humedad y la espesura, el trueno
sin
nombre todavía, las pampas planetarias. [...]
Antes de la conquista está el paisaje,
la geografía, la literatura... las artes. De los ríos arteriales de Neruda
llegamos a las cumbres de Zurita. Y en esta reunión de dos de los mejores
poetas (no ya de Chile, ni de América; sino de la poesía) cabe destacar un
aspecto reiterado en el seminario “Geografía y paisaje”: el sentido de los ríos
se invierte, del mar al monte. Ya no son “las vidas que van a dar en la mar”
del mortuorio Manrique. Las aguas, en cambio, llegan al cielo, al ciclo eterno
que es el paisaje, y la poesía. Para Raúl Zurita: “una sola imagen de los
nevados, del Pacífico o de nuestros ríos [calvos], contiene más alma que todas
las que pueda exhibir la historia”.
Estas palabras de su ensayo “Nuestros
rasgos en el cielo” conectan con las ideas de José C. Rovira al respecto. La
vida es un conjunto de planos, de viajes, de lugares... una cartografía, en
fin, de nuestra propia raza. Para Rovira, México y Chile son las ciudades de
América y de la literatura, no necesariamente en ese orden. Chile es la
naturaleza. La fotografía es una manera de fijar lo que nos dice un texto. Los
libros de Zurita Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982) son de
autodestrucción, pero con un amor especial. Ejemplo de ello es el Canto a su amor desaparecido (1985).
Raúl Zurita es un poeta que trabaja con
esquemas de geografía concreta. Así lo demuestran las miles de páginas
digitalizadas que todavía esperan el trabajo de la investigación para
desentrañar los recovecos que dejan la poesía y la pintura en su unión. Esta
geografía mítico-poética se asienta en una poesía narrativa, fundamentalmente.
Recordemos que los ríos de Zurita ascienden al cielo, como decía Eva Valero y
ahora retoma José C. Rovira. Hiroshima y Nagaski simbolizan la destrucción de
la que hablábamos anteriormente, y que ahora podemos definir como paisajes de
la desolación (de los que se hablará en el Congreso Internacional que se
celebra próximamente en la Universidad de Alicante).
El director de cine japonés, Akira Kurosawa,
influye en los espacios desolados que Zurita poetiza. Extraemos de “Paisaje y literatura, o los fantasmas de la otredad”,
de Claudio Guillén, lo que podría ser la síntesis del seminario “Geografía y
paisaje”: construir un paisaje es un mecanismo cultural. Con l´art de la terre el paisaje se hace
texto. De este modo escribe Zurita La
vida nueva (1994) en el cielo de Nueva York el 2 de junio de 1982.
La fantasmagoría de caras y cuerpos en
el abigarrado cielo es pintada por el Miguel Ángel de los pobres del mundo:
Zurita. El que pronto será investido como Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Alicante es la bisagra que cierra el seminario “Geografía y
paisaje en la literatura española e hispanoamericana” y abre el Coloquio
Internacional “Alegoría de la desolación y la esperanza: Raúl Zurita y la poesía latinoamericana actual”.
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