¿Existimos? ¿Existe algo más? ¿Hay
magia? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Qué nos atrae de las personas? ¿Qué
personas nos atraen? ¿Por qué? Todas esas preguntas nos surgen a raíz de la
última película de Woody Allen: Magic in
the Moonlight (2014). El título te puede hacer pensar que se trata de una
romántica historia basada en los años treinta, pero Woody Allen no hace esas
cosas. Se trata de una reflexión sobre la vida y los límites de esta. Colin
Firth y Emma Stone encarnan las vicisitudes de dos humanos que tienen bastante
claro lo que no quieren.
Qué gusto da ir al cine a ver una
película en versión original. No seríamos más de seis personas en la sala, pero
se respiraba el ambiente de las grandes noches. Y no es para menos: Woody Allen
lo volvía hacer. El anuncio de la lotería de la navidad (buenísimo, por cierto)
presagiaba algo bueno.
La misma tipografía de los mismos nombres servía de
preliminar. La música (destacada la Séptima sinfonía de Beethoven ‒sobre
la que se diserta en el texto filmado‒) introducía unas escenas preciosas, externas y cotidianas.
La cámara nos muestra la primera escena de tal modo que nos creemos uno más del
elegantísimo público boquiabierto que asiste a los trucos de un mago
pseudochino en el Berlín de 1928. El vestuario, al servicio de una española,
embellecen a los protagonistas de tal modo que cuando se les ve en la
entrevista de la película, a posteriori, uno tuerce el gesto. Seguramente Woody
Allen escribiera esta historia pensando ya en quién representaría al personaje
femenino, pues destaca lo mejor de Emma Stone: su sonrisa. La tía del desenmascarador
desenmascarado es tierna. A ella se debe el mejor diálogo, el más común entre
los mortales, y dicho casi sin palabras; justo después de que la historia
girara de tal modo que se hizo un silencio sepulcral en la sala (el mismo,
estoy casi seguro, que se hubiera hecho si estuviera repleta).
Al salir le pregunté sobre la película a una chica rusa
que también salió por donde no era. "Muy bonita, me encanta"‒
dijo. “¿Te gusta Woody Allen?”‒ le pregunté. “Vengo por Colin Firth” ‒
respondió. Sin embargo, no me defraudó. Es cierto que ambos actores principales
lo bordan. No sé por qué él me recuerda a Robin Williams. No extrañé la
presencia del actor Woody Allen (si es que alguna vez deja de serlo). Ahora sí,
cuando está en pantalla, el riesgo del éxito desaparece en un seguro y risueño
aplauso. Eché en falta, por momentos, que la película estuviera rodada en
blanco y negro; pero cuando aparece la imagen junto al mar, me arrepiento de
ese pensamiento.
Durante la magia a la luz de la luna (el
arte de la pasión al reflejo de la razón, entendiendo pasión como vida y razón
como existencia) me surge un mar de dudas sobre los temas woodyallenescos:
vida, amor y muerte. Y ahora recuerdo la conferencia de Zurita sobre “Amor y
apocalipsis” que dio hace un mes en Chile, donde explica que "La nuestra es una historia de amor y supervivencia". ¿Qué condiciones se dieron para que justo en este momento esté ocurriendo lo que está ocurriendo y no otra cosa?
Anoche, al llegar a casa, estaba la luna; ¿y la magia? |
No sé. Y me alegro de ello. Si no,
¿qué pedo? Hay veces que voy por la calle y creo ver a alguien conocido al que
hace tiempo que no saludaba; cuando me acerco me doy cuenta de que no es quien
yo creía: sin embargo, mágica mente, enseguida me cruzo con esta persona. O hay
otras, en cambio, o de igual manera (como ahora), que estoy escribiendo una
palabra, poco usual ("marioneta", por ejemplo) y la escucho en la radio. Esto
tendría más sentido si estuviera encendida...
En fin, la película hay que verla. Woody
Allen (me encanta este nombre) teje unas historias de tal manera que cuando
parece que ha llegado al final, te vuelve a sorprender. Es capaz de atrapar al espectador, después de casi ochenta años y de tantas películas (casi como
sus años). Cuando parece que va a terminar, dices: no puede seguir de otra
manera; pues sigue. Y es que el final (no sé si será porque últimamente no me
gustan los finales, o porque no quiero que nada se acabe
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