jueves, 29 de octubre de 2015

La noche de(s)Iguala

El Fisgón
La noche de Iguala (2015) es una película que se acaba de estrenar en México. A más de un año de la desaparición de los 43 (entre otros muchos), Jorge Fernández Menéndez dirige un documental que sus creadores catalogan como “verdad incómoda” y el público como farsa lamentable.


            Es cierto que la película se inicia con unos créditos que avisan de la base real de lo que se va a contar y de la distancia que existe entre lo que ocurrió y lo que se va a decir que ocurrió. La noche de Iguala pues es el crimen que sugiere este falso documental, pero nada más. Es “falso” por lo cutre de la forma en que es narrado y por las hipérboles contradictorias.

            México necesita hablar de Ayotzinapa, aclarar lo que pasó, encontrar a los desaparecidos. Puede parecer, a priori, que una película sobre el caso ayude, al menos, a la difusión y al debate; pero un documental debe de ser fiel a unos mínimos de respeto, veracidad y seriedad. La cinta de Jorge Fernández aburre. ¿Cómo puede dormirse el espectador de una película que cuenta un tema tan vivo?
            Es cierto que La noche de Iguala presenta datos, pero de dudosa procedencia; dicha información debería de explicar y justificar los testimonios de los sobrevivientes. Y no es así. Atropelladamente se esboza una investigación en una grabación que bien podría aprovechar el tiempo que ocupan las cutres recreaciones reiteradas una y otra vez.
            El inicio y el final de la película muestran lo peligroso y lo erróneo que puede ser hablar de Iguala: por una parte, los estudiantes de Ayotzinapa son dibujados como criminales violentos ataviados con una ropa y unas formas que nada tienen que ver con las que mostró Levy Hernández el 29 de septiembre en la Facultad de Derecho de la UNAM; por otra parte, el mensaje que transmiten los asesinos como sentencia final y conclusión, refiriéndose a los desaparecidos, es desalentador: “nunca los encontrarán”.
Cineteca en la #MentiraHistóricaLaPelícula
            Es cierto que el arte, más que reconfortar, ha de inquietar y cuestionar. Pero La noche de Iguala parece el deseo del silencio. Cambiar de tema, zanjar la polémica y culpar a los que ya no están no se antojan soluciones.

            Salgo de la Cineteca y es de noche. Camino hacia el metro y me cruzo con varios mendigos, algunos niños en manga corta y muchos vendedores de lo inimaginable. Los contrastes de la ciudad aumentan en la oscuridad: ese hueco conjetural que tapamos en y con silencio.

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