El Fisgón |
La noche de Iguala
(2015) es una película que se acaba de estrenar en México. A más de un año de
la desaparición de los 43 (entre otros muchos), Jorge Fernández Menéndez dirige
un documental que sus creadores catalogan como “verdad incómoda” y el público
como farsa lamentable.
Es cierto que la película se inicia
con unos créditos que avisan de la base real de lo que se va a contar y de
la distancia que existe entre lo que ocurrió y lo que se va a decir que ocurrió.
La noche de Iguala pues es el crimen que sugiere este falso documental, pero
nada más. Es “falso” por lo cutre de la forma en que es narrado y por las
hipérboles contradictorias.
México necesita hablar de
Ayotzinapa, aclarar lo que pasó, encontrar a los desaparecidos. Puede parecer,
a priori, que una película sobre el caso ayude, al menos, a la difusión y al
debate; pero un documental debe de ser fiel a unos mínimos de respeto,
veracidad y seriedad. La cinta de Jorge Fernández aburre. ¿Cómo puede dormirse
el espectador de una película que cuenta un tema tan vivo?
Es cierto que La noche de Iguala presenta datos, pero de dudosa procedencia; dicha información debería de explicar y justificar los testimonios de los
sobrevivientes. Y no es así. Atropelladamente se esboza una investigación en una grabación que
bien podría aprovechar el tiempo que ocupan las cutres recreaciones reiteradas
una y otra vez.
El inicio y el final de la película
muestran lo peligroso y lo erróneo que puede ser hablar de Iguala: por una
parte, los estudiantes de Ayotzinapa son dibujados como criminales violentos
ataviados con una ropa y unas formas que nada tienen que ver con las que mostró
Levy Hernández el 29 de septiembre en la Facultad de Derecho de la UNAM; por
otra parte, el mensaje que transmiten los asesinos como sentencia final y conclusión, refiriéndose a los
desaparecidos, es desalentador: “nunca los encontrarán”.
Cineteca en la #MentiraHistóricaLaPelícula |
Es cierto que el arte, más que
reconfortar, ha de inquietar y cuestionar. Pero La noche de Iguala parece el deseo del silencio. Cambiar de tema,
zanjar la polémica y culpar a los que ya no están no se antojan soluciones.
Salgo de la Cineteca y es de noche.
Camino hacia el metro y me cruzo con varios mendigos, algunos niños en manga
corta y muchos vendedores de lo inimaginable. Los contrastes de la ciudad
aumentan en la oscuridad: ese hueco conjetural que tapamos en y con silencio.
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